No hace mucho tiempo, el bulldog inglés era una fiera capaz de luchar con ventaja contra un toro. Pero la necesidad, al prohibirse estas peleas en el Reino Unido, a mediados del siglo XIX, llevó a sus criadores a transformar la raza. Y de aquel fiero bulldog ha quedado sólo la simpática expresión gruñona. Lo que costó décadas, cruzando animales muy seleccionados, se puede conseguir hoy en un abrir y cerrar de ojos, gracias a los avances de la genética. Desde que se secuenció hace un par de años, con notable precisión, el genoma de
Tasha, una perra boxer, las pruebas de ADN, que ya eran práctica frecuente en los países más desarrollados, han abierto una nueva puerta a la manipulación genética. Una puerta de acceso a un territorio tan vasto como inquietante.
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