Por ello, por el reiterativo y dramático final de nuestros acontecimientos históricos, el español a lo largo de los siglos ha ido forjando una espiritualidad casi martirizante en la que el estoicismo se tradujo en resignación ante la clase política que, salvo excepciones, rigió nuestros designios. De Pepe Botella al despreocupado Felipe IV, o de la regencia de Espartero al pésimo gobierno de la chacha pepera de las Azores, el español unamuniano que trabaja, labra, ora y guarda las fiestas, siempre fue víctima de gobernantes apoltronados en los Reales Sitios.
Pero la España cainita, envidiosa, cerrada y supersticiosa que retratara Goya en sus pinturas negras, aquélla que condenó a "garrote vil" a los españoles que veían más allá de los Pirineos, vuelve a estar de actualidad ahora que los nostálgicos del aguilucho y las flechas acusan a ZP de reavivar el fantasma de las dos Españas.
Hoy el mito de las dos Españas vuelve a ser criticado por la derecha más rancia. Se acusa a Zapatero de favorecer el eterno enfrentamiento, de entregarse a los enemigos de España cuando únicamente ha dado a los homosexuales voz y voto, ha limitado la tendencia golpista de los púlpitos y ha intentado, con bonhomía, la llegada de la paz.
Y es que el problema de este país es la flagrante falta de perspectiva histórica. Con esta justificación se explicaría que los partidarios del "Franquismo sin Franco" durante el periodo de la Transición -el Generalísimo se hallaba rindiendo cuentas ante el Altísimo- , se presenten hoy como los únicos garantes de la Constitución.
El problema de las dos Españas es el problema de un Gobierno inteligente y una oposición revanchista y emponzoñada; y eso pese a que en Génova 13 y en sus FAES piomoístas parezcan no enterarse de lo que aquí decimos.
Menos De La Cierva y más EpC, señores.
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