Muchas veces tengo que cerrar el periódico, ya sea uniendo dos hojas o pulsando una cruz roja, ya me presente una línea editorial oblicua o vertical u horizontal. Y necesito leer alguna frase de Emil Cioran tanto como respirar; me asfixia tanta verdad absoluta, me repugnan los gestos de suficiencia de muchos políticos ("hay que ver que no se enteran, que se lo hemos dicho, que así no se hacen las cosas, gracias a Dios que nosotros somos la gasolina del faro de la moral”). Claro, el que duda es débil, para que a uno le hagan caso hay que mostrarse firme, seguro, inamovible. Y si luego se cambia de opinión y se defiende la postura contraria, también será de forma inamovible. Tal y como están las cosas, es lo que se demanda. Ya pasó el tiempo de las sutilezas, si es que lo fue alguna vez. Pienso que a muchos no les importa tanto que sus políticos tengan razón como que el equipo contrario, perdón, el partido contrario, (es que me confundo con tantas semejanzas lingüísticas y coyunturales entre política y fútbol) sea insultado. Y no sólo se lo piden a sus políticos, también a sus creadores de opinión: ¡nada de ironías, por favor! Dile algo duro, dile terrorista, o asesino, o algo así, te aplaudiremos desde el sofá de casa con bufandas.
Quizá sea eso la política, mostrarse siempre inexpugnablemente confiado en la rectitud de sus opiniones, en la necesidad de sus acciones. Quizá la gente como yo haya nacido para el cinismo y no para esas actitudes, pero si tengo algo seguro es que le haría más caso (algún caso, más bien) a una oposición menos iluminada, menos convencida de tener la respuesta definitiva e instantánea y, sobre todo, monosilábica, a tantas preguntas complejas como las que se ha hecho el país en los últimos años.
Entonces, cuando uno ya es consciente de su triste situación, se escoge una frase al azar de ese pensador apátrida que he citado antes, por ejemplo, "en cuanto nos rehusamos a admitir el carácter intercambiable de las ideas, la sangre corre". Da mucho miedo descubrir la lucidez de este hombre, pero por lo menos, sabemos que no estamos solos. Que a alguien más, aunque fuera hace décadas, también le asusta la certeza constante de algunas personas, sean políticos, médicos, periodistas, fontaneros.
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