Saramago reclama una crítica de la actual democracia en el cierre de 'Lecciones y maestros'
Alto y delgado, y con su blanca palidez, José Saramago (Azinhaga, Portugal, 1922) dijo ayer que había que perder la paciencia y demostrarlo ante un mundo que está corriendo hacia el abismo, que es incapaz de cuestionar las limitaciones de una democracia gobernada por los ricos y donde la izquierda es cada vez más "estúpida". "¡Aullemos!", pidió en la Torre de don Borja, recuperando la cita del Libro de las voces ("Aullemos, dijo el perro") que precede a su novela Ensayo sobre la lucidez.
"El mundo es un horror, la vida un desastre. Pero todo se puede cambiar"
"No dejo de hacerme mucho la más banal de las preguntas", había dicho un poco antes. "¿Qué es lo que estoy haciendo aquí? No estoy buscando una finalidad, no espero que me examinen y que vaya o no a aprobar. Me pregunto si he aprovechado el tiempo, en qué lo he malgastado. No somos nada más que un montón de rellenos y vacíos, y vivimos con una terrible mala conciencia. Y es que sabemos que no deberíamos vivir así. El mundo es un horror; la vida, un desastre. Pero no nos damos cuenta de que todo se puede cambiar. Hay que cambiar la vida. Si no cambiamos de vida, no cambiaremos la vida".
Poco después, el escritor portugués ponía en marcha la trituradora. "El ciudadano sirve ahora para votar y, cuando lo ha hecho, ¡hasta luego!". Y pasa los cuatro años siguientes replegado, sin participar en la marcha de las cosas, fuera de juego. Todo se reduce, como mucho, a cambiar un gobierno por otro. "El mundo democrático está dirigido por organismos que no son democráticos", comentó después, y aludió a distintas organizaciones internacionales. Así que ha llegado la hora de aullar, ésa fue su conclusión. "Estamos al final de una civilización", lo que surgió de la Ilustración, la Enciclopedia y la Revolución Francesa está a punto de irse al garete. Y se refirió veladamente a Polonia al señalar que llegará el día en que los ciudadanos europeos se inclinaran en las urnas por un régimen fascista. La escritora colombiana Laura Restrepo había definido a Saramago en su intervención, aludiendo a lo que dice uno de sus personajes, como "un escéptico de la clase radical".
El autor de El año de la muerte de Ricardo Reis, El Evangelio según Jesucristo y La balsa de piedra, entre otras, y Premio Nobel de Literatura en 1998, cerró ayer Lecciones y maestros, la cita internacional de literatura iberoamericana que también ha celebrado en su primera edición las obras de Carlos Fuentes y Juan Goytisolo. La filosofía del encuentro ha sido la cercanía. La Fundación Santillana y la Universidad Internacional Menéndez Pelayo propusieron para la sesiones una suerte de café literario, dispuesto en la Torre de Don Borja, y ahí alrededor de pequeñas mesas se han juntado escritores y críticos, editores y profesores, periodistas y traductores. Estuvieron, entre otros, Julio Ortega, José María Pérez Gay, Héctor Aguilar Camín, Sergio Ramírez, Carmen Iglesias, José María Ridao, Linda Levine, Juan Francisco Ferré o Carlos Reis, entre otros. Este último celebró de la obra de Saramago -que fue introducida ayer por la vicerrectora de la UIMP, Virgina Maquieira-, su capacidad de subvertir las imágenes establecidas. Ayer hablaron también otros, como Nino Judice, quien señaló que en su obra la ficción se convierte en historia, o como Fernando Iwasaki, que señaló que lo que el portugués ha sabido reflejar en sus libros es "la naturaleza social de la condición humana".
Pero fue Laura Restrepo la encargada de elogiar la obra de Saramago. "A esto huele el ser humano, nos indica la escritura de Saramago", dijo, "por aquí anda, síguelo, por este atajo tomó, éste es el olor que despide, éste es el color de su aura, ésta la ferocidad de su contienda...". Y reconoció que es María el personaje que más hondo le llega, la María de El evangelio según Jesucristo: no la Madonna que tiene a su hijo en brazos, sino la Pietá, la mujer que sostiene a su hijo muerto. Ese homenaje a todas las madres que, como tantas colombianas, "dan vida a sus hijos para entregarlos a la muerte". Ya casi al final comentó que la de Saramago es una obra que susurra: "Esto es entre tú y yo". Y añadió que las historias que cuenta tratan "en el fondo solamente de ti, que esto lees, y de mí, que esto escribo". Lo demás son palabras.
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