martes, septiembre 18, 2007

Ell@s l@s prefieren...


Los rasgos o características catalogados como hermosos o bellos en una sociedad pueden ser valorados como poco atractivos, o incluso considerados espantosos en otra cultura. Para observar la enorme variabilidad cultural, basta tener en cuenta nuestra propia historia y cómo han variado los modelos de belleza.

Por ejemplo, es curioso cómo ciertos olores del cuerpo que ahora tratamos de eliminar y que escondemos con diversos productos perfumados eran, por el contrario, apreciados en otros momentos de nuestra historia. Así, podemos ver, por ejemplo, en la novela de Alberto Isúa El amor en dos tiempos (1931) que al protagonista le turbaban “la redondez y la blancura de los hombros” y “el efluvio delicado de las axilas” de su amada.

Asimismo, la obsesión actual por hacer desaparecer el vello no siempre ha existido. Emilio Bobadilla en su Novela erótica (contemporánea de la anteriormente citada) nos cuenta como el personaje principal celebraba el “bozo que sombrea el labio superior” de su amada.

Hay ciertas características físicas que, según las teorías de Darwin relativas a la supervivencia del más apto, deberían ser deseables y atractivas en todas las culturas, y serían aquellas que indicaran buena salud, buena forma física y capacidad reproductiva. Así, rasgos tales como la juventud, la piel sin marcas ni manchas, la limpieza corporal, una dentadura intacta, una musculatura relativamente marcada en el varón, la espalda ancha y la cintura estrecha en el hombre, las caderas amplias y los pechos grandes en la mujer… suelen ser valorados en la mayoría de las culturas.

Los sociobiólogos afirman que la atracción por estos rasgos está programada genéticamente y se puede encontrar, al menos de forma muy general, en culturas muy diversas. Pero incluso sobre estas características, podemos encontrar cierta variabilidad cultural y, sobre todo, una gran variabilidad individual.

Por ejemplo, las culturas erotofóbicas han valorado el que la mujer carezca de atractivos o por lo menos no los muestre, que no se lave (o lo haga con la ropa puesta), que no se depile... En ciertas épocas y culturas, también han sido apreciadas las mujeres con poco pecho y pocas caderas, de aspecto aniñado o andrógino.

También encontramos hoy en día que los modelos de belleza femenina muestran una delgadez que en muchos casos no parece precisamente transmitir una salud y forma física óptimas. De hecho, el escaso peso de muchas de las modelos actuales parece más bien incompatible con la salud y la buena forma física.

Por otro lado, en ciertas épocas de nuestra propia cultura, los modelos de belleza femenina eran mujeres mucho más “rellenitas” que las actuales. Marilyn Monroe es el ejemplo más típico de icono de belleza femenino contrario a la delgadez que se impone en la actualidad.

Cuadros como Las Tres Gracias (1625/30) de Peter Paul Rubens , nos muestran como ejemplo de mujeres hermosas a unas rollizas muchachas con abundante celulitis (algo que parece haberse convertido en pecado hoy en día, al igual que las arrugas). ¿Y qué pasa con los varones? Diversos estudios muestran que el triángulo formado por la espalda y la cintura del varón es una de las principales características en las que se fijan las féminas (u otros varones) para calibrar el atractivo. Una espalda ancha y una cintura estrecha parecen ser bien considerados en la mayoría de las culturas y por la mayoría de las personas.

Pero también es cierto que en el caso de la especie humana hay determinados rasgos que se pueden erotizar. Las modas son un ejemplo de ello. Y, por supuesto, también están las historias personales, que determinarán lo que cada una o cada uno considera hermoso o atrayente: unos ojos rasgados que recuerdan a un antiguo novio o novia, un tono de voz, la forma de sonreír, incluso un olor determinado… si todo ello ha estado asociado en el pasado a momentos agradables en relación con nuestra vida afectiva y erótica, posiblemente en el futuro se busque algo similar.

De la misma forma, se pueden erotizar rasgos de la pareja que en principio no se consideraban atractivos, o a los que no se había prestado atención. Los buenos momentos y los encuentros eróticos satisfactorios (caricias, besos, compartir intimidades…) o incluso las fantasías, pueden hacer que unos rasgos en principio neutros tomen otro sabor.

Con el tiempo, muchas personas erotizan rasgos de su pareja más bien contrarios a las teorías darvinianas: de forma que para algunas personas acaban resultando bellos rasgos como una panza algo prominente, ciertos michelines, alguna que otra arruga, una nariz rotunda, unos muslos muy rollizos o la escasez capilar.

En general, el gusto por un tipo de cuerpo o por una belleza particular es algo aprendido. Las personas aprendemos a sentirnos atraídas por un tipo de piel, por un peinado, por unos rasgos físicos, o por un vestuario determinado, una forma de hablar y moverse… o por un conjunto o mezcla de todo ello (conjunto en el que se incluye, no lo olvidemos, el atractivo psíquico que nos inspira esa persona, producto de su forma de ser y de la forma que tiene de tratarnos).

María Victoria Ramírez* es psicóloga y sexóloga.

Asociación www.lasexologia.com

No hay comentarios: