ABC 25/10/2006
A los dos años de haber sufrido una de las mayores catástrofes naturales registradas en la historia, la isla indonesia de Sumatra afronta decidida su reconstrucción bajo la sombra siempre amenazante de que se pueda a reproducir el pasado.
Aunque Banda Aceh sea el bastión espiritual del islam en Indonesia, el país musulmán más populoso del mundo, sus habitantes jamás podrán olvidar la Navidad de hace dos años.
Y no, precisamente, por buenos motivos, ya que este paradisíaco lugar de la isla de Sumatra fue el más afectado por el «tsunami» que barrió las playas del Océano Índico el 26 diciembre de 2004 y provocó 220.000 víctimas mortales, 168.000 sólo en Indonesia.
En Banda Aceh, la ciudad costera de tres millones de habitantes arrasada por las olas gigantes del maremoto, los efectos de la tragedia todavía resultan visibles. Para empezar, en Lambaro, a pocos kilómetros del aeropuerto, se erige una fosa común donde hay enterrados 42.000 cadáveres.
La mayoría de ellos fallecieron en Ulee Lheu, la «zona cero» del «tsunami» a pesar de hallarse a dos kilómetros del litoral. La fuerza de las olas fue tal que el mar penetró ocho kilómetros tierra adentro, destruyendo todo lo que encontró a su paso y arrastrando un barco de 60 metros de eslora que aún sigue varado entre las casas, algunas de ellas aplastadas bajo sus 500 toneladas.
«Todos murieron»
Cerca del «Apung 1», el navío que se alza fantasmagórico en un secarral pelado de árboles donde el sol cae a plomo, Amar termina su nueva vivienda. Hace dos años, este joven de 24 años vivía junto a ocho miembros de su familia en una casita a 200 metros de la playa.
«Todos ellos murieron, por lo que sólo quedamos mi hermana, que residía en Medan, y yo», explicó Amar, quien se salvó de milagro aquel fatídico 26 de diciembre de 2004.
«Primero hubo un fuerte terremoto y a los quince minutos, cuando todo parecía haberse calmado, vi una ola de unos 15 metros de altura que venía de la costa haciendo un ruido ensordecedor», recordó el muchacho, quien echó a correr hacia la casa del gobernador y halló el camino cortado porque el seísmo había destruido todos los puentes.
«El agua, que arrastraba coches, árboles, farolas y los muros de las casas, me cubrió, pero me libré de que la resaca me llevara hasta el mar», narró Amar, quien regresó corriendo a su casa y se encontró con que lo único que quedaba de ella eran las baldosas del suelo.
«Nunca más volví a ver a mi familia y jamás encontraron sus cuerpos», sentenció antes de seguir cortando con un serrucho un tablón para su nuevo hogar, que ha construido con sus propias manos tras recibir de la ONG indonesia Uplink materiales por valor de 36 millones de rupias (3.074 euros).
«La corriente nos separó»
Menos suerte ha tenido Faizah, de 37 años, quien aún vive en el campamento de Blang Ol dos años después de que las tres olas gigantes le arrebataran a su marido y sus cuatro hijos. «Intentamos huir con los niños, pero la corriente nos separó. Aunque agarré a mi pequeño de tres años para subir a un árbol, el agua me golpeó y se lo llevó», se lamentó la mujer.
Junto a las 25 personas que comparten un barracón de 30 metros cuadrados, Faizah aguarda a que los obreros terminen de construir sus nuevas casas, que volverán a enclavarse en un barrio donde antes residían 7.000 habitantes y ahora sólo quedan 300 vecinos.
«Jamás olvidaré los cadáveres mutilados e inflados que se amontonaban entre los escombros y el fango. Pensé que había llegado el Kiamat (el día del Apocalipsis para los musulmanes)», concluyó, a su lado, Nyah Nmar, quien a sus 62 años da las gracias a Alá por seguir con vida para ver algo que entonces creía impensable: la reconstrucción de Banda Aceh.
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