EN el lenguaje del zapaterismo, A SACO laicismo significa combate contra la Iglesia católica, y multiculturalidad equivale a apertura hacia la religión musulmana. Por eso cuando ambos términos van juntos en el discurso del poder se restan crédito al uno al otro; para que el Estado sea realmente laico -o sea, desprovisto de cualquier fundamento o carácter de índole religiosa- han de eliminarse los guiños a la fe musulmana que, disfrazados de multiculturalismo, se han instalado en la praxis de la izquierda española con la misma naturalidad que los gestos hostiles al ejercicio católico. No cuela que un Estado laico deba permitir los velos en las escuelas al tiempo que retira los cruficijos; eso es un truco muy barato que malesconde el sectarismo revisionista del Gobierno.
El PSOE ha conmemorado el aniversario de la Constitución con un papel en el que, en vez de asumir el espíritu de concordia de la Carta Magna, la utiliza de forma torticera para tirársela a la cabeza a los obispos porque éstos se han permitido opinar sobre algunas materias de naturaleza política. El citado manifiesto hace trampas al confundir adrede el concepto de laicismo con el de aconfesionalidad. Yo me acabo de repasar la Constitución y, salvo que no sepa leer o me falte algún artículo, no he encontrado por ninguna parte referencias al Estado laico. Al aconfesional sí, aunque con una mención expresa a la mayoría católica. Que me corrijan si me equivoco los profesores Jiménez de Parga o González Trevijano, pero me parece que el documento sociata trata de darnos gato por liebre, a éste y a otros respectos.
Porque la Constitución del 31 la tengo menos fresca, pero tampoco me cuadra mucho esa conexión directa que nos vende la propaganda zapateril. El espíritu que más animó a los constituyentes del 78 fue precisamente el de evitar los errores de la República, que acabó convertida en una España de hemisferios, dividida y turbulenta, aunque no fuera culpa de la arquitectura constitucional. El mayor logro del marco vigente ha sido el de la integración ideológica y política, mediante un consenso transversal que ha posibilitado alternancias de Gobierno sin traumas ni enfrentamientos, y hasta ofreció a los nacionalismos una cobertura más que razonable para su énfasis diferencial. Al menos, eso creíamos hasta ahora, momento en que la dirección del PSOE -sin el consenso integral de todo el partido- y sus aliados nacionalistas han decidido declararse incómodos y cuestionar por su cuenta el invento.
En esa Constitución arrojadiza que nos quieren presentar cuesta trabajo reconocerse después de casi tres décadas de avenencias más o menos funcionales. Si alguien quiere volver a las andadas del cainismo, el divisionismo y la ruptura, que lo haga sin tapujos y a cara descubierta. Pero que no se tape con el manto de la Carta Magna, porque la van a romper de tanto estirarla a conveniencia de parte.
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