El médico polaco Andrzej Szczeklik defiende el poder del arte para ayudar a mejorar a los pacientes
CARLES GELI - Barcelona - 05/04/2010
Asesorado durante años por el buen centauro Quirón (el primero en cultivar plantas medicinales), Asclepio adquirió tanta destreza en el arte de curar que, convertido ya en dios de la Medicina, se atrevió a resucitar a los muertos. Entonces, Zeus lo partió con un rayo: había cruzado los límites de la existencia humana. Como decía Hipócrates, "la labor del médico ha de ser la de restituir la belleza a las formas del cuerpo", pero ese escalón era excesivo. Es un buen contraste en estos tiempos en los que se desmenuza el ADN, con su forma en espiral que recuerda a la serpiente en la que, según la creencia popular, se había escondido Asclepio y que hoy es símbolo de farmacéuticos y médicos.
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Todo eso lo recuerda y engarza la eminencia médica Andrzej Szczeklik (Cracovia, 1938) en Catarsis (Acantilado), joya exquisita donde se reflexiona y une medicina, naturaleza, literatura y arte. Y hasta pintura y música y magia. "Hay una estrecha relación entre el estado psíquico del paciente y la enfermedad, pero desconocemos cuál. Por eso, del alma humana sabemos más desde la historia de la literatura que desde los estudios médicos", expone para justificar su inmensa erudición. La que le lleva a escribir: "La medicina y el arte parten del mismo tronco. Ambos tiene origen en la magia, sistema basado en la omnipotencia de la palabra". Fórmulas mágicas, debidamente pronunciadas, que sanan, traen la lluvia o evocan espíritus.
De voz queda, pelo plateado y piel blanquecina, como buen sabio humanista es afable y defiende -amén de que el ritmo cardíaco (diferente para todo el mundo) se parece al tempo rubato de Chopin- el encuentro médico-paciente, vital en el primer momento: "Un doctor debe sentir curiosidad por la historia que le cuenta el paciente, éste ha de notar que alguien muestra interés por su infortunio; se trata de recuperar la anamnesis de Platón, esa recogida de datos primera vital". Los tiempos le contradicen: para abaratar costes, se va hacia la reducción de esa dedicación al mínimo. "Eso está en crisis fruto de la masificación por una mayor esperanza de vida y la tecnificación, que lo pretende sustituir por máquinas; no es un consuelo pero también nos afecta: The Lancet recogía ya el fenómeno del burnout entre médicos; perdemos sensibilidad ante el enfermo", concluye. ¿Una solución? "Volver a las buenas prácticas de la medicina: no todo han de ser TACs y resonancias; muchas enfermedades no son nada importante: hablando, escuchando y recetando cosas básicas y sencillas darían el mismo resultado y se rebajarían costes".
Mantiene el iconoclasta Szczeklik (sí, el mismo que ha publicado más de 600 artículos en revistas científicas y que ha sido premiado por la prestigiosa The Lancet) que un diagnóstico correcto al 100% es imposible porque la enfermedad en el ser humano escapa siempre de lo racional. "Se da una admiración por el racionalismo médico que es exagerada; la gente viene a verte con una fe infinita y yo me pasaba noches reflexionando; es importante que sepan que también somos humanos". Por ello reivindica: "la intuición y la imaginación son capitales para el médico". Y cita a Paracelso, el galeno taumaturgo que curó a 18 reyes y príncipes ya desahuciados por colegas suyos, en parte por los conocimientos que le transmitieron barberos, pastores y gitanas. De ahí el reclamo de una formación humanista para el doctor: "Eso nos ayuda a desarrollar la sensibilidad".
Si Osiris pone el corazón del eminente médico en su famosa balanza para juzgarle cuando fallezca, verá que pesará menos que una pluma. Es limpio. Lo prueba, por ejemplo, su opinión sobre las terapias alternativas: "El deber más importante de un médico hoy es dar esperanza; el sistema nervioso y el inmunológico están conectados, si bien aún no lo sabemos todo; por eso no me importa que mis pacientes se vayan a ver a un curandero si no hay contraindicación: si la medicina clásica no sabe ayudar al paciente y éste tiene fe en que aquello le puede curar, por mi, adelante; lo que es vital es mantener su fe".
Bajo esa suave voz no rehuye el galeno la polémica, como la decadencia de la vejez. Y ahí cita a su compatriota Juan Pablo II como ejemplo de lo que es mantener el dolor y el sufrimiento hasta el final. "El culto al éxito de la sociedad de hoy obliga a no admitir esos temas; el Papa no se escondió ante ellos; debemos dar sentido al dolor, sólo así lo superamos". Sobre las alarmas mundiales ante las pandemias, intereses multinacionales aparte, incorpora la idea de "memoria genética", que hace que la gente "recuerde la peste negra o la gripe española". Con la eutanasia y la biogenética, no transige, quizá por ser miembro de la Academia Pontificia de las Ciencias del Vaticano. "Soy católico, tengo unas creencias por las que soy absolutamente contrario a alterar el proceso de un embrión; ¿hasta dónde podemos intervenir en la creación?; quizá valga la pena recordar que también hay límites, como Zeus y Asclepio".
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