domingo, abril 18, 2010

40 Años del Día de la Tierra


Selma Rubin, 94, co-fundadora del Día de la Tierra, fotografiada en El Capitán, California, zona costera que ella ayudó a preservar como espacio natural para todos. Foto: © 2008 IsaacHernández.com

La tierra tiene 4.500 millones de años. El Homo Sapiens unos 200.000 años. El Día de la Tierra cumple 40 hoy, con una celebración multitudinaria en el lugar de su nacimiento, Santa Bárbara, California.

El 29 de enero, una plataforma petrolífera del Pacífico comenzaría un derrame de crudo de 757.000 litros, vertidos al mar durante once días. Miles de aves, delfines y focas del Canal de Santa Bárbara fueron arrastrados a la costa cubiertos de petróleo. A raíz de este desastre nació un movimiento ecologista sin precedencias, que un año más tarde crearía la fiesta en celebración de la madre tierra, ahora adoptada en todo el mundo.

También sirvió para concienciar a la comunidad, y para dar a luz al Consejo Ambiental de la Comunidad (Community Environmental Council ó CEC en inglés), una organización dedicada a la protección del medioambiente.

El CEC me invitó a participar en el Día de la Tierra con la exposición EcoRetratos, que recoge muchas de las fotografías que he realizado en su mayoría para este periódico, en colaboración con Carlos Fresneda. Para completar la exposición, he tenido la fortuna de retratar a cuatro de los creadores del Día de la Tierra, personas normales y corrientes, que dadas las circunstancias, se elevaron por encima de lo que se sentían capaces.

Una de ellas, Selma Rubin, tiene 95 años y sigue al pie del cañón. Hace casi 40 años salvó toda una zona costera de la construcción de 1500 chalés adosados. Entonces no existía ninguna ley de protección ambiental. Si esas casas se hubieran construido hubiera creado un efecto dominó de construcción que hubiera cambiado el perfil de la costa central de California, hoy una gran atracción turística.

La protección no está reñida con la explotación comercial. Este terreno genera hoy turismo para todos los bolsillos; hay quienes acampan y quienes pagan 500 dólares la noche por una cabaña de lujo en el Capitán Ranch. Este terreno que salvó Selma sirve como ejemplo de lo que puede hacer la comunidad por defender su patrimonio natural.

¡Cómo ha cambiado el mundo en estos 40 años! La población mundial ha aumentado de 3.680 millones a cerca 7.000 millones (¡casi el doble!); la temperatura media ha aumentado en .06 grados y las nieves del Kilimanjaro sobre las que escribió Ernest Hemingway en 1952 casi han desaparecido.

En 1979 fue descubierto un agujero de un millón de kilómetros cuadrados en la capa de ozono. Para 2006 el agujero alcanzó 27 millones de kilómetros cuadrados. Los Cloro Fluoro Carbonos (inventados por DuPont en 1928 como refrigerantes) parecían el invento del siglo: baratos de producir y, a diferencia de las soluciones anteriores, no eran venenosos. Pero al final la solución nos ha salido cara, sobre todo a aquellos que han sufrido cáncer de piel por la menor protección de los rayos ultravioleta. Se dejaron de producir en 1996 pero siguieron aumentando el agujero hasta 2006.

Ahora parece que comienza a recuperarse la capa de ozono, aunque la erupción del volcán Eiyafjalla seguramente vuelva a aumentar el agujero temporalmente. Hubo muchos escépticos que se resistieron al cambio y negaron que los CFC causaran daño al ozono, entre ellos DuPont. El que se dejaran de producir los CFC no frenó la industria, sino que la transformó con soluciones menos dañinas.

Hoy en día sufrimos la misma lucha por la verdad de los efectos del CO2 y del efecto invernadero. La cuestión es, aunque dudemos o neguemos que la tierra se está calentando por la actividad humana, ¿qué perdemos por dejar menos huella en el planeta y bajar nuestros humos? ¿Por qué no podemos hacer como las hormigas, que comenzaron su revolución industrial hace millones de años pero en lugar de contaminar la tierra la fertilizan? ¿Por qué tenemos que fabricar objetos con substancias tóxicas si los podemos hacer sin ellas?

Lo bueno es que, tras 40 años de Días de la Tierra, estamos mucho más concienciados. Tenemos muchas soluciones para crear energía renovable, para cambiar nuestros hábitos baratos a corto plazo, pero caros a largo plazo, por otros dignos del siglo XXI, que mantengan nuestra calidad de vida y la de nuestros hijos, nietos y bisnietos.

Al fin y al cabo, la Tierra no nos necesita. Si cuidamos el medioambiente, la biodiversidad, los ríos y océanos, lo hacemos por nosotros. Aunque no creamos en el calentamiento global, si reducimos las emisiones de CO2, por ejemplo, se benefician nuestros pulmones. ¿Qué tenemos que perder?

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