EL calentamiento colapsa la capacidad de los océanos para absorber CO2, es decir, para actuar como sumideros en las emisiones de dióxido de carbono producidas por la actividad humana. Ello podría incrementar el ritmo del calentamiento en más de un treinta por ciento, según datos tomados en el Océano Antártico que figuran en un informe publicado por la revista «Science» y recogido en ABC. Debe tenerse en cuenta que los mares del sur son la mayor fuente de absorción de estos excesos, lo que agrava la dimensión del problema. La causa se sitúa al parecer en un cambio en el régimen de los vientos, que puede atribuirse también al calentamiento, un fenómeno que -directa o indirectamente- guarda relación con todos los males que afectan a la naturaleza. El mar y la vegetación terrestre han servido hasta ahora como sumideros para absorber ciertos destrozos causados por la acción humana a partir de la revolución industrial. Lo más preocupante es que estamos en un periodo de saldo negativo neto, de manera que el océano absorbe menos de lo que produce el ser humano y las previsiones son muy negativas si consideramos el probable aumento durante los próximos años de la temperatura media y la evidencia de que países como China o la India van a contribuir a la contaminación del planeta mucho más que hasta ahora.
No hace falta predicar un apocalipsis para ser conscientes de que las cosas no pueden seguir así. La opinión pública occidental empieza a exigir la adopción de medidas rigurosas y los partidos políticos serios incorporan ya a sus programas propuestas de carácter ecológico. Es imprescindible un gran acuerdo internacional con el consenso de las principales potencias industriales, que Kyoto no ha conseguido alcanzar. Los peores enemigos del ecologismo serio son las reivindicaciones radicales que utilizan ciertos movimientos alternativos para criticar a los países ricos. A su vez, Estados Unidos, la Unión Europea y los demás países desarrollados deben hacer un esfuerzo para buscar el equilibrio entre el legítimo beneficio empresarial y el porvenir del planeta. No se trata sólo del derecho que asiste a las generaciones futuras, aunque sea necesario también tenerlo en cuenta. El problema es real a día de hoy, con notables consecuencias socioeconómicas y para la propia calidad de vida. Es llamativo el escaso interés que esta materia suscita entre los partidos políticos españoles, cuyos programas apenas le dedican algún capítulo secundario. Sin embargo, vivimos en «un solo mundo» y todos somos víctimas potenciales de la utilización desmesurada de recursos naturales que no son infinitos y cuyo deterioro es irreversible. Si los océanos ya no pueden cumplir una función imprescindible, habrá que buscar cuanto antes soluciones alternativas.
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