Miguel Ángel Santos. Catedrático de Didáctica y Organización Escolar en la Universidad de Málaga.
Este doctor en Ciencias de la Educación lanzó hace unos días en Elche un mensaje optimista a los docentes en el V Encuentro de Equipos Directivos de colegios de la provincia, donde se abordó el plurilingüismo y la escuela democrática.
J. M. GRAU ¿Estamos ante la generación de alumnos más apática de los últimos años?
A mí las generalizaciones no me gustan, no me gusta meter en el mismo saco a todos. Pero, además, hay apatía según para qué: para el botellón, por ejemplo, no. Sí la hay respecto a la escuela, habrá qué preguntarse qué les damos que no les interesa, porque eso nos va a permitir mejorar.
Sobre el botellón ¿cómo se observa este fenómeno desde el punto de vista educativo?
Para preparar a un individuo para un trabajo es necesario formarlo durante veintitantos años. Y, sin embargo, para que el ocio sea bueno, ¿cuántos años se emplean? Nada, ni un minuto. Sin embargo, hay mucha gente a la que le ha destruido no tener trabajo o tener un mal trabajo; pero a más gente le ha destruido el botellón: le ha entregado a la delincuencia, a la droga, a la violencia, a la conducción temeraria... y la institución educativa y la familia, hasta que no hay una alarma, no se enteran. Lo que quiero decir es que aquí hay muchas cosas que hacer. El valor educativo del ocio es muy grande, y estamos completamente de espaldas, familia, escuela y sociedad, muchas veces a estas cuestiones, hasta que se presenta un problema.
¿Y cómo se puede afrontar?
¿Qué sentido tiene que estén cerrados campos de deporte, bibliotecas o salas de cine mientras los niños vagan por las calles? Desde niños se puede hacer frente al ocio, no cuando están ya en pleno botellón y sólo queda que la Policía los disperse. Si están educados, sabrán cómo llenar ese tiempo de ocio de manera enriquecedora, positiva. Y nosotros tendremos también que saber hacerlo, no tumbarnos delante de la televisión, sin iniciativa, sin organizar experiencias. El ocio no sólo tiene potencialidad negativa, sino potencialidad en cuanto a beneficios higiénicos, de relación, de diversión, encuentros... que se desperdician. Ahí hay un reto enorme para la institución educativa.
En esta comunidad desde hace años el profesorado y los padres no entienden cómo puede haber dinero para parques temáticos y Fórmula 1 y no para eliminar barracones o poner calefacción y comedores.
Hay un doble discurso un tanto hipócrita. En época de elecciones a cualquier político que le preguntes qué es lo más importante te dirá: educación, sanidad... Hay, por tanto, un doble mensaje que no solamente es que sea muy preocupante porque abandona lo importante, sino porque al ser hipócrita se enseña también hipocresía. Si los grandes triunfadores del sistema educativo, los que gobiernan, vamos, no son capaces de afrontar la ignorancia, la opresión, la injusticia, el hambre del mundo... ¿Por qué hablamos de éxito del sistema educativo?
¿Cuál es, por tanto, el norte a seguir entre tanto vaivén?
La educación no se trata sólo de llenar la cabeza de conocimientos, se trata de desarrollar valores. Porque fueron médicos y enfermeros muy bien preparados, e ingenieros muy bien formados los profesionales que diseñaron las cámaras de gas en la II Guerra Mundial. Sabían mucho, sí, pero estaban de espaldas a la esfera de los valores. Atender la educación es una importantísima necesidad, la más importante. De hecho, yo digo que la historia de la humanidad es una larga carrera entre la educación y la catástrofe. Se atiende la educación no sólo con discursos, que son necesarios, sino también con políticas y prácticas que hacen posible una educación de calidad, lo cual significa una larga y mejor formación, no grupos masificados, una mejor organización, una revalorización de la función docente...
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