Desde que era un mocoso dirigía a las grandes orquestas. En su casa. A su aire. No es que el pequeño Gustavo Dudamel indicara con la batuta -"con el palito, que lo llamaba yo", dice- la música que salía de los discos que le ponía su padre como si fuera un juego. Es que paraba el tocadiscos, daba indicaciones a la orquesta y después volvía a apretar la tecla del play confiado en que le iban a hacer caso.
"Nadie esperaba que la música clásica fuese un arma de cambio social"
"Converso con alguien y estoy oyendo melodías en mi cabeza"
"La estructura de una obra es un cauce, el director de orquesta aporta el agua"
"Soy militante de mi país y de un partido que se llama Venezuela"
Quizá entonces no, pero ahora sí que se lo hacen. Este venezolano, que mañana cumple 27 años, está educado en el revolucionario sistema de orquestas de su país creado por el maestro José Antonio Abreu en 1974 y que hoy forma musicalmente a unos 300.000 niños. Lo mismo dirige -invitado por Simon Rattle, por Daniel Barenboim o por Claudio Abbado- a la Filarmónica de Berlín, a la Sinfónica de Chicago o a la Mahler Chamber... Y, a partir de 2009, se estrenará como titular de la Sinfónica de Los Ángeles.
Los grandes han visto en él a una especie de Mesías que viene a salvar la música clásica con un impulso desconocido, una energía caribeña tan alegre y tan contagiosa que pone la carne de gallina. Podrán comprobarlo quienes le vean estos días en su gira española -en Oviedo ayer, hoy en Valladolid, mañana en Zaragoza y el domingo en Madrid- junto a sus músicos del alma, los que forman la Joven Orquesta Simón Bolívar de Venezuela, que él lidera desde hace nueve años.
Pregunta. En el programa combinan la Séptima de Beethoven y la Quinta de Chaikovski con La consagración de la primavera de Stravinski. ¿En qué se relacionan?
Respuesta. Metemos una de las dos sinfonías y a Stravinski. Es un programa que nos reta en cada concierto. La Séptima de Beethoven, como dijo Wagner, es la apoteosis de la danza, tiene una alegría, un disfrute. Luego, Chaikovski, para mí, es el más grande compositor de ballets que ha existido, y la obra de Stravinski es puro ritmo, es música que sale directamente del fondo de la tierra, volcánica, prehistórica, que se te pega dentro.
P. Ritmo, energía. ¿Es lo que aportan ustedes desde Venezuela a un mundo, el de la música clásica, demasiado anquilosado?
R. Nosotros venimos a demostrar que las utopías se cumplen. Lo nuestro parecía imposible, nadie esperaba que la música clásica fuese un arma de cambio social, pero lo que ha hecho el maestro Abreu con las orquestas, sacando a niños de la marginación por medio de la música, demuestra que es posible. Y a un muy alto nivel. La música salva hoy la vida de muchos jóvenes en mi país. No importa que no se acaben dedicando a ello, aunque muchos lo hacen. Formándose así, se han convertido en el público de mañana también.
P. Usted es el símbolo de todo ese sistema. ¿Le pesa tanto éxito a una edad tan joven? ¿No es demasiada responsabilidad?
R. No, al contrario. Es una responsabilidad hermosísima, algo muy importante. Me llena de mucho orgullo, pero hay que recalcar que no es cuestión de uno, sino de muchos. Yo soy una libélula en ese universo del sistema de orquestas.
P. ¿Cuál es la clave del sistema?
R. Disfrutar la música, sentirla como una energía colectiva, como una forma de aprendizaje social.
P. ¿Todo lo contrario a lo que se hace en Europa, que se forman solistas, individualidades y no grupos?
R. Ése es el secreto. Me da la impresión de que los sistemas europeos buscan el futuro para unos pocos, individualmente. En Venezuela a todo el mundo se le da una oportunidad y los chicos se adentran en el trabajo en grupo, en las orquestas, muy temprano.
P. Usted quería tocar el trombón, pero aprendió violín. Lo de dirigir, ¿cómo vino?
R. Mi padre toca el trombón, pero yo tenía los brazos muy cortos para sujetar el que había en casa. No teníamos otro para principiantes, así que cogí el violín. Mejor, porque si sabes violín, controlas el 70% de lo que debe saber un director de orquesta.
P. Pero a usted esas figuras del podio ya le fascinaban de niño.
R. Sí, me parecía mágico verles. Me preguntaba: ¿Cuál es su instrumento? Yo tomaba el palito y no sonaba nada. Hasta que al descubrir el sonido que te da una orquesta comprendí la magia.
P. A un gran director la música debe sonarle también por dentro.
R. Sabe que eso me pasa. Converso con alguien y estoy escuchando música en mi cabeza. Los directores tenemos que aportar la sensibilidad propia, de cada uno, la que no da la estructura de la obra.
P. ¿Su teoría del río?
R. Efectivamente. La estructura es un cauce. Nosotros debemos aportar a la interpretación el agua, que siempre va a ser diferente, que siempre cambia.
P. También como algo que construye seres humanos, algo que aporta valores. ¿Qué les enseña el sistema en ese sentido?
R. Nos enseña a tener esperanza, a soñar en lo que se puede conseguir. Nos enseña humildad y ayudar al prójimo, enamorarnos de la música y de quienes nos rodean.
P. Algo trascendente. ¿Es usted muy creyente?
R. Sí, lo soy. Muy devoto de nuestra señora de la Divina Pastora de Barquisimeto.
P. Por allí uno puede ver milagros, como el coro Manos Blancas, en el que niños sordomudos interpretan música. ¿Eso es querer romper las fronteras?
R. Vienen con nosotros de gira algunos de esos niños. Cuando también ves a un niño ciego, de ocho años, muy pobre, tocar el piano y le preguntas quién le ha enseñado y te dice que nadie, que lo aprendió solo, intuyes algo divino, algo que se siente muy adentro. Hay que abrir el camino al mensaje de lo imposible.
P. ¿Y a no temer emociones fuertes?
R. No, a que podamos llorar de alegría. Los niños no deberían llorar porque pasan hambre, porque han visto la muerte, el asesinato, la violencia; los niños deberían llorar de felicidad y no de otras cosas.
P. Parece que no le gusta que le pregunten por Chávez. Pero no hay más remedio.
R. No, no. No me importa.
P. ¿Por qué les incomoda que les pregunten por su presidente?
R. A mí no me incomoda. Lo que pasa es que no hablo de política. Sí le puedo decir que Chávez ha apoyado el sistema de orquestas y que ahora hay un programa para hacer pasar de 300.000 a un millón el número de niños que se inserten en el sistema. Ése es el mejor homenaje que se le podía hacer al maestro Abreu. Yo soy músico y no político. Soy militante de mi país y de un partido que se llama Venezuela.
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