Los seres humanos nacemos libres por orden natural. Si las personas y sus instituciones condicionan nuestra libertad, nos mediatizarán hasta que muramos por extinción biológica (la inmortalidad nos está vedada por ahora).
Sólo la libertad que poseemos queda bajo los límites que la convivencia en el respeto a los demás nos ha establecido y que forma parte del legado de nuestros ancestros cuando finalmente decidieron la sociedad tribal, más allá de la familiar. Así, convivir se nos presenta como un hito de esperanza, siendo la promesa, uno de los procedimientos para determinar el futuro, pero, si no tenemos libertad, tampoco podremos decidir el futuro, ya que no nos será posible alterar nada, ni influir en nada.Las religiones se han aprovechado, taimada e inteligentemente, de los dogmas salvíficos para que los hombres podamos cambiar. El precio que pagamos es el del sometimiento al control de sus dirigentes. La pureza de nuestra libertad queda solapada en lo que ellos denominan esperanza, que es una pura argucia argumental.
Así las cosas, ahora, Antonio María Rouco Varela, Cardenal Arzobispo de Madrid, dice en el diario El Mundo: "la Iglesia vive tranquila cuando se respeta la familia". Y se queda tan orondamente tranquilo. Obviamente, eso lo sabemos todos, sin familias socialmente cristianas, la Iglesia Católica, que es una poderosa organización multinacional, diría adiós a una serie de acontecimientos sociales de los que se nutre: bautizos, comuniones, bodas, funerales, etc. Perdería parte de su suculento y poco trabajado diezmo.
Pero profundicemos un poco más en nuestra reflexión. La familia no ha sido inventada por el cristianismo ni el catolicismo, como tampoco el matrimonio ni, en esencia, la vida misma. Cuando los dinosaurios, no existía Adán -pura ficción de una novela mal narrada que se llama Biblia-, ni Eva. Existía el planeta Tierra y al supuesto Creador que, según los católicos, divinizó todo desde el principio, se le debió olvidar crear al mencionado Adán y luego a Eva a partir de su costilla. Pura historieta.
La familia es algo mucho más amplio que el emjambre de unos pocos marcados por las reglas de la paternidad y/o la maternidad. La familia no es per se la familia cristiana sino que es el hombre el que en familia social debiera asumir la solidaridad en una convivencia ética de respeto. Eso es la familia humana, nuestra especie, nuestra vida.
El hombre en sociedad se hace civil y si surge el matrimonio conyugal entre el hombre y la mujer, bienvenido sea, siempre que se respeten esos mínimos aceptados en la ética universal de la convivencia. Si el matrimonio se consolida entre personas del mismo sexo, sea también bienvenido con las premisas anteriores.
Como consecuencia, la familia cristiana forma parte de todo un conjunto colectivo que es la Humanidad, que tiene un origen natural y por contrato, el instituido por los hombres en su tormentoso devenir. Esa es la única realidad fija e inmutable.
La sociedad de Rouco, García-Gasco, Cañizares y demás, nos han condenado durante 2.000 años a la rencilla familiar, creyendo que el parentesco garantiza el cariño o que la mujer, sometida al varón, que, por ejemplo, es limpia, lo es porque es una buena cristiana. Es un ejercicio casi religioso.
Celebremos el compromiso por una sociedad más solidaria y desterremos la escenificación torticera de una Iglesia que sólo denuncia sin descubrirse su pérdida paulatina de poder.
¿Sobrevive la unión de la familia cristiana al reparto de una herencia?. Rouco, seguramente, callaría. El futuro de la Humanidad se fragua en la respetuosa libertad que todos nos debemos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario