Juan de Mairena lo veía venir. Lo del Informe PISA, con el catastrófico balance educativo. Las aulas son los espacios que mejor registran los descalabros de la historia. Y Mairena, el maestro librepensador, el juglar meditativo de Machado, es quien mejor expresa todo el malestar de la cultura en un medio tradicionalmente hostil, cuando se planta ante el padre airado que discute un examen y reprocha el suspenso del hijo. "¿Le basta a usted ver a un niño para suspenderlo?", grita el visitante. "Me basta ver a su padre", le espeta Mairena. Así que, en el fondo, no hemos salido tan mal parados del Informe PISA. Los estudiantes nos han salvado la cara, porque, por suerte, no se valoran algunos empeños educativos de los adultos. Ahí está, por ejemplo, el esfuerzo pedagógico desplegado por la muchedumbre que saludó con aplausos al alcalde y otros presuntos implicados en la corrupción urbanística de Totana. En realidad, el gentío estaba ejerciendo la crítica literaria. Está en auge la novela de "serie negra". Una oportunidad para explicar al vástago la teoría de los géneros: "Mira, hijo, ¡qué estilo! Perfecto en ejecución y contenido". Vamos a ser ecuánimes. Equidistantes. No lacerarnos. No simplificar. Que los chavales aprendan a reflexionar a partir de la propia realidad. No hay que escandalizarse porque otro grupo de críticos literarios se sofoquen llamando "terrorista" al presidente del Gobierno y "maricones" a sus diputados. No es una burrada. Es una
performance. Aquí en España la ultraderecha es lo que en otras partes llaman Living Theatre, pero con un
atrezzo de cojones y unos actores bárbaros. Y el llamar maricón a alguien siempre ha sido un detalle cultural. Una atención. Aquí existen dos categorías de héroes. El Cabrón y el Maricón. En España, maricón es un eufemismo de culto. Lector. Poeta. Pintor. Cinéfilo. Ésa es la idiosincrasia que nunca entenderán los autores del Informe PISA. Unos cabrones.
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