Ilustración: Ricardo Fumanal.
29 de octubre de 2008.- Me encanta el programa televisivo del encantador de perros. Bueno, el que presenta un hombre con la dentadura blanqueada e inquietante, no tanto. Prefiero el de la domadora inglesa que se mueve por la campiña inglesa con un descapotable rojo y cierto aire de dominatrix sádica. Sea como sea, son lo mismo. Se trata de programas que educan a humanos que tienen perro, haciéndoles creer que el problema lo tiene el bicho. Yo no tengo perro pero me relaja ver estos programas, ya ves tú. Adoro el conductismo. El otro día el protagonista del programa fue un bulldog inglés que tenía la fea costumbre de intentar montar a todo aquel ser humano, macho o hembra, que pusiera los pies en el adosado de sus avergonzados dueños. Resumiendo, tras múltiples y variados intentos de poner freno a tales ímpetus sensuales, la educadora canina se vio superada por las circunstancias y recomendó castrar al animal y cortar por lo sano, para desazón del dueño que reaccionó como si fueran sus cataplines los que iban a pasar a mejor vida… Ya se sabe lo mucho que se parecen los perros a sus dueños o viceversa.
El caso es que la sexualidad animal está plagada de comportamientos curiosos y sorprendentes. En muchos casos, muchas conductas suponen aún un misterio para científicos y estudiosos de estas cuestiones. Por otro lado, en otras ocasiones, resulta conmovedor lo asombrosamente parecidos que somos todos los seres de la Creación, como se solía decir, sobre todo cuando hablamos de asuntos relacionados con el sexo. Sexo y animalitos, de eso va el post de hoy. Ojo, no me refiero a la zoofilia, definitivamente la parafilia que más me revuelve el estómago. Hablo del vistoso comportamiento sexual de muchos animales.
¿Cuál es la especie más fogosa? ¿Cuál es el verdadero Rocco Siffredi de la naturaleza? Pues ni más ni menos que un marsupial australiano llamado Antechinus, con una apariencia anodina de ratón raro pero que puede llegar a copular durante doce horas seguidas. Se da la circunstancia que en sus maratones sexuales, el Antechinus no come, bebe o duerme. O sea, que no hace falta ser Rappel o ministro de Sanidad para saber cómo termina tal desenfreno. Fatal. Se muere. Sin embargo, al menos no se lo comen. Su propia pareja, claro. Este es el consabido caso de la mantis religiosa (no amantis, que he visto yo por ahí), cuyos machos sólo copulan una vez en su vida porque mientras dura el festival, las hembras se los van comiendo. Como es natural, la merienda empieza por la cabeza. La mantis macho tiene unos nervios que controlan la conducta sexual que, al ser ingeridos, hacen que se esfumen todo tipo de inhibiciones. Total, que cuando comienza la fiesta, el macho empieza a agitarse frenéticamente, clavando con mayor desenfreno su miembro viril. Evidentemente, la hembra se reserva para el final ingerir los órganos sexuales de su ex. Como tonta…
También hay animales que elaboran juguetes eróticos, como dildos o consoladores, con sus garritas. Tal es el caso de los orangutanes, unos auténticos sibaritas a la hora de autosatisfacerse sexualmente. Otras especies que se entregan con mucha alegría a la masturbación son las iguanas y el puerco espín. ¡Achumbaué!
Los más parecidos a nosotros son los monos bonobos, cuya vida social está muy marcada por el sexo. No tienen una época concreta para el celo; practican la homosexualidad (masculina y femenina) no sólo puntualmente, sino estableciendo relaciones de pareja; se besan; copulan en la postura del misionero, muestran cariño y ternura en sus relaciones; los yernos se 'someten' a las suegras… Desde luego, no serían el arquetipo de familia animal ideal de la factoría Disney, empeñada en difundir ciertas estructuras familiares de características humanas y no siempre inspiradas en el mundo real. Tal es el caso del pez payaso (últimamente conocido como Nemo). Estos peces viven en grandes grupos en los que sólo una pareja es sexualmente activa. Si muere el macho dominante (o se lo llevan a un acuario de Sydney), otro de los machos ocupa su lugar. Si muere la hembra (como en la peli), el macho dominante cambia de sexo y se convierte en hembra. Reconozcamos que la transexualidad también tiene grandes posibilidades dramáticas y cinematográficas…
Estos y otros ejemplos de sexualidad animal insólita los podemos encontrar en el libro de la sexóloga Pilar Cristóbal 'También los jabalíes se besan en la boca'. Que lo hacen. Aunque no por amor, sino para comprobar la disposición de la hembra a aparearse. Lo siento, Walt.
lunes, enero 26, 2009
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