JUDITH DE JORGE 29/12/09
Comidas y cenas de Navidad, un plato tras otro, postres cargados de calorías y una interminable lista de dulces tradicionales. Nuestro estómago parece un saco sin fondo y seguimos comiendo aún estando saciados después de un banquete. Científicos norteamericanos creen conocer la causa de nuestro apetito infinito, una hormona, la grelina, que actúa sobre el cerebro para que no podamos negarnos a un nuevo bocado de un alimento que nos gusta, aunque sepamos que lo pagaremos con kilos de más. Al parecer, se trata de darnos «recompensas» que nos motiven a «seguir trabajando» en el futuro para obtenerlas. Los científicos ya habían vinculado previamente el aumento de la grelina a la satisfacción que se obtiene de la cocaína o el alcohol.
Los científicos también conocían que esta hormona es liberada por el estómago vacío en el torrente sanguíneo para llegar después al cerebro, donde produce la sensación de hambre. Pero ahora resulta que no sólo funciona cuando no tenemos nada en el buche. «Puede haber situaciones en las que nos vemos obligados a comer algo que nos gusta, incluso si estamos llenos, porque nuestro cerebro nos dice que debemos», explica Jeffrey Zigman, investigador del Centro Médico de la Universidad Southwstern de Dallas y uno de los autores del estudio, que será publicado en la revista Biological Psychiatry. Según dice, es una forma de darnos «recompensas» que nos motiven a enfrentarnos a otros aspectos más desagradables de la vida.
Recuerdos de placer
Para el estudio, los investigadores realizaron dos pruebas estándar de comportamiento con ratones. En la primera, se evaluó si roedores plenamente saciados preferían una habitación ahora vacía donde en el pasado habían encontrado alimentos altos en grasa u otra en la que se les había ofrecido un menú menos apetecible. Los ratones a los que previamente se les había administrado grelina prefirieron el cuarto de las delicias que engordan. A sus compañeros sin esta hormona les daba igual. «Creemos que la grelina motivó que los ratones eligieran la habitación de la comida grasa porque recordaban lo que habían disfrutado», señalan los investigadores.
En la segunda prueba, los ratones debían meter la nariz en un agujero para recibir una bolita de comida rica en grasas. Los animales que no recibieron la grelina abandonaron mucho antes que el resto, empeñados en conseguir su «trofeo».
Los científicos creen que estas pruebas con ratones nos dicen mucho de nosotros mismos, ya que humanos y roedores comparten el mismo tipo de conexiones celulares en el cerebro y las hormonas, así como sistemas parecidos en los llamados «centros de placer» del cerebro. Así que si tiene remordimientos por comer de más, ya sabe, culpe a la grelina.
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