Muchos problemas de pareja o en la familia tienen su origen en una comunicación deficiente. La torpeza para escuchar al otro impide comprenderle, lo que alimenta un malestar estéril y difícil de corregir.
La vida familiar podría compararse a un iceberg: la mayoría de personas solo son conscientes de una décima parte de lo que ocurre, la décima parte que pueden ver y oír. Algunas sospechan que puede haber algo más, pero no saben qué ni cómo averiguarlo. Así como la suerte del marino depende de su conocimiento de que la mayor parte del iceberg se oculta bajo el agua, el destino de una familia depende de saber comprender los sentimientos y necesidades subyacentes tras los acontecimientos familiares cotidianos. En otras palabras: ¿qué sucede debajo de la mesa?», escribió Virgina Satir, pionera en comunicación y terapia familiar.
Responder a esa pregunta no es fácil. Requiere asumir de entrada que ignoramos muchas cosas sobre quienes conviven con nosotros. Incluso en una relación íntima cuesta llegar a conocer al otro en su totalidad o expresarse con plena libertad y sinceridad. Cuidar la comunicación que se establece con los seres más queridos es la única forma de poner luz bajo la mesa. Es también la base de cualquier relación, el valioso puente que permite entender al otro y compartir verdaderamente algo con él.
La perspectiva del otro
«Las tres reglas más importantes para salvar los problemas de comunicación, tanto en el seno familiar como fuera de él, son escuchar, escuchar y escuchar. Si no escucho, por mucho que mi discurso sea interesante, por bien que me explique, no será posible un diálogo y tampoco lo que diga llegará de verdad al otro. La comunicación implica un intercambio: hay una información que va y otra que viene. Una forma sencilla de saber si estamos escuchando es que al menos la mitad del tiempo se dedique a la escucha. Si el tiempo de hablar no iguala al de escuchar, es señal de incomunicación», asegura Marcel Genestar, especialista en Programación Neurolingüística.
Dominar el arte de escuchar lleva toda una vida. Escuchar es una auténtica muestra de amor que requiere vaciarse de los pensamientos, prejuicios y creencias que impiden contactar con el otro.
«Es importante esforzarse para escuchar lo que realmente el otro nos está diciendo y no caer en la tentación de escuchar simplemente lo que ya suponíamos o deseábamos oír. En la pareja se entra fácilmente en la dinámica de escuchar al otro con la intención de confirmar las creencias sobre él, creencias que incomunican. Para romper esta incomunicación es preciso esforzarse por adentrarse en el mundo interno de la pareja dejando de lado el propio y aparcando los reproches», precisa Javier Muro, director de un sistema de trabajo llamado «Lo corporal».
Dedicar un tiempo simplemente a observar la manera en la que uno se comunica y establece diálogo con la familia, analizar qué tipo de información se intercambia (relatos, órdenes, acusaciones, quejas, sentimientos, trivialidades...), qué tono se utiliza y qué tiempo se dedica a ello sin entrar en culpabilizaciones ayudará a detectar la raíz de la incomunicación.
Hay familias que se califican como abiertas y dialogantes. Sin embargo, pueden no abordar nunca lo que les preocupa o les separa. Pero una buena comunicación familiar implica poder explicar cómo se siente uno.
Silvia Díez (terapeuta gestalt)
Puedes leer el artículo completo en la revista Cuerpomente.
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