El problema de la convivencia en el mundo no es el miedo al islam, sino el miedo a la libertad
"Tras haber derrotado al fascismo, al nazismo y al estalinismo, el mundo afronta una nueva amenaza totalitaria a escala global: el islamismo". "El islamismo es una ideología reaccionaria que acaba con la igualdad, con la libertad y con el secularismo. Su triunfo sólo puede conducir a un mundo de dominación". "Nos negamos a renunciar a nuestro espíritu crítico por temor a ser acusados de islamofobia, un concepto desafortunado que confunde la crítica del islam en cuanto religión con la estigmatización de sus creyentes". Y, finalmente: "En mi país, si se pega, tortura o mata a un hombre, se llama asesinato. Cuando se mata a una mujer, se llama tradición".
Ninguna de estas cuatro citas han salido de la famosa película Fitna (calvario) del diputado holandés Geet Wilders. Ni tan sólo son citas de escritores occidentales ignorantes o perversos respecto al islam. Las tres primeras citas responden al manifiesto que doce intelectuales firmaron a raíz de la polémica de las caricaturas de Mahoma, la mayoría de ellos musulmanes: Ayaan Hirsi Ali, Chahla Chafiq, Irshad Manji, Mehdi Mozaffari, Talisma Nasreen, Salman Rushdie, Ibn Warraq o Maryam Namazie. Y la cita sobre la opresión de las mujeres es uno de los muchos escritos comprometidos que la escritora de Bangladesh y premio Sajarov, Talisma Nasreen, ha hecho a modo de denuncia, y que le han valido una fetua condenándola a muerte.
Si empiezo así mi respuesta crítica al artículo titulado "Miedo al islam" que Tahar ben Jelloun publicó el sábado en La Vanguardia, no es por falta de argumentos propios, sino para situar en su justo lugar las cosas. La denuncia contra el islam fundamentalista no emana del miedo patológico de Occidente hacia los musulmanes, sino de hechos, discursos y, desgraciadamente, tragedias reales que el propio islam está proyectando al mundo. Es una crítica, por tanto, que nace del compromiso con la libertad, y ese compromiso lo asumen, con alto riesgo para sus vidas, muchos intelectuales musulmanes que han dichodefinitivamente basta. A menudo sin otro apoyo que su innata valentía, abandonados a una soledad inmoral por parte de sus colegas escritores. No me vale, por tanto, el simplismo de considerar que los occidentales tenemos miedo al islam, como si fuera ello fruto de una ignorancia supina, una maldad endémica o, directamente, un prejuicio.
Por supuesto, hay críticas que nacen del prejuicio, y no seré yo quien niegue la existencia de la islamofobia, como existe el racismo. Pero, estimado Tahar ben Jelloun, ¿no hay motivos para temer al islamismo? ¿Se inventa Geet Wilders las citas, las llamadas a la yihad de líderes islámicos, las imágenes de los sangrantes atentados que, en nombre del islam, se han perpetrado? No, y ese es el drama, que el material para el odio no se lo inventa un líder de extrema derecha, sino que emana del propio cuerpo social y político del mundo islámico. Por supuesto, el diputado lo utiliza perversamente, porque mezcla religión con ideología, en un tótum revolútum intrínsecamente malvado. Pero el problema es anterior incluso a sus malas intenciones. El problema del mundo, si me permite, no es Geet Wilders, sino el inequívoco acoso a la libertad que la ideología fundamentalista ejerce, con notable eficacia, en todos los lugares donde consigue influencia.
Perdone, pero mientras en Europa unos dibujantes hacen unas caricaturas críticas con Mahoma -en línea con la tradición libertaria contra las religiones que marcaron todo el siglo XX-, o aparecen iniciativas como la de Geet Wilders, rechazadas por todos, en decenas de países islámicos se inculca el odio a los judíos, se desprecia a las mujeres, se demoniza la Carta de los Derechos Humanos e incluso se financia a grupos terroristas que mezclan a Dios con la muerte. Me temo que el problema de la convivencia en el mundo no es el miedo al islam, sino el miedo a la libertad que, en nombre del islam, inculca la ideología fundamentalista. Y ese miedo mata.
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