miércoles, diciembre 16, 2009

Rostros del fin de un mundo

La dureza de la vida de campesinos, mineros y pescadores del norte, en el objetivo del fotógrafo Pierre Gonnord

Éstos son los rostros de los que siembran la tierra, de los que horadan el suelo en pos de la materia prima, los rostros curtidos por la brisa de quienes se adentran en el mar. Rostros como mapas tiznados de hollín, cubiertos de arrugas y sudor. Los rostros de un mundo al norte que termina.

"La huella del trabajo está hundida más allá de la ropa, directamente bajo la piel"
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"Tengo que vivir en los sitios, crear confianza, sentarme en un puerto"

El creador afincado en Madrid incluye esta vez paisajes además de retratos

Para Pierre Gonnord (1963), francés afincado desde hace 22 años en Madrid (de la que "se siente hijo"), viajar al norte de España y Portugal para retratarlos fue un cambio de foco en su carrera. Siempre periférico, tanto en la ciudad como de la sociedad, llevaba 12 años fotografiando a yakuzas japoneses, gitanos del barrio sevillano de las 3.000 viviendas, o habitantes del extrarradio de Madrid o París.

Así que decidió irse a otra periferia, esta vez la rural: "Metí todo mi equipo en el coche y conduje a ese medio tan cercano y tan desconocido al mismo tiempo, esos pueblos aislados de agricultores, de pescadores, de mineros". El resultado es la exposición Terre de Personne (un ambiguo nombre, un juego de palabras, que significa Tierra de nadie), donde se muestran las 38 fotografías inéditas que resultaron de este viaje. Puede visitarse en la sala Alcalá 31 de la Comunidad de Madrid, desde mañana hasta el 28 de febrero.

Acercarse a ellos no fue fácil. "Hay gente más acogedora y otra más cerrada, no puedes llegar de fuera y enfocarla con la cámara. Yo entiendo mi trabajo como una vivencia, tengo que vivir en los sitios, crear confianza. Sentarme en un puerto de Finisterre a mirar llegar los barcos y hablar con la gente".

Las miradas dominan las imágenes de Gonnord, esos ojos con los que esta gente ruda y curtida que parece sacada de una pintura barroca (el minero polaco Miroslaw, el sindicalista Luis, la anciana agricultora portuguesa Eloïza, algo fantasmagórica, iluminada por la tenue luz del hogar) enfrenta a la cámara. Esa dignidad. "Hay un poso común de humanidad en todos estos rostros", explica Gonnord, "seas rico o pobre, obrero o cualquier otra cosa, hay algo común en todos ellos. Eso es lo que busco".

El fotógrafo estaba interesado especialmente en el mundo de la mina, "pues estaba familiarizado con ese gran trauma de la minería", dice, "que conocí durante mi infancia en la región de Alsacia y Lorena". Muchos mineros nos miran desde sus fotos sucios de carbón después del trabajo, la mirada limpia aún. "Conocí la solidaridad bajando a la mina con ellos", dice Gonnord.

También se ven restos del trabajo en el atuendo de los campesinos. "Esa gente no tiene una percepción romántica de la naturaleza como la podemos tener nosotros, cuando vamos de fin de semana", explica, "ellos ven la naturaleza como algo de lo que extraen su sustento, de lo que dependen, para bien y para mal".

Es la primera vez que Gonnor capta paisajes, los que rodean a estos personajes, paisajes agrestes, nevados, con rocas e incendios, porque "al igual que en los rostros hay mapas, también en los paisajes hay rostros".

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