jueves, julio 28, 2011
Fascinación vs Tagore vs la vida atrae a la vida vs fugaz visión vs Ganges
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hermosas doncellas vs de extraordinario interés vs José J. de Olañeta
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miércoles, julio 27, 2011
cabildeo vs muestra de esa riqueza vs digna muestra de vs digna muestra
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martes, julio 26, 2011
tahúres vs jalonada vs potenciarán aún más
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domingo, julio 24, 2011
Enganchada a la pared
"Escalo unas 12 horas al día y cuando el tiempo es muy malo y no puedo avanzar escucho música y leo"
Sílvia Vidal. Escaladora. Considerada la mejor del mundo en su especialidad, escalada artificial en grandes paredes, esta barcelonesa de 40 años demuestra que la exploración todavía es posible. Con discreción va abriendo nuevas vías en paredes vírgenes de valles aislados; la última, en Kinnaur, en el Himalaya de India
Naufragi. El nombre lo dice casi todo aunque también puede llevar a engaño. Sílvia Vidal se encaró cada día, hasta 25, a la lluvia torrencial que asoló el verano pasado el valle de Kinnaur, en el norte de India, encaramada a una pared de más de 5.000 metros de altura. Las dudas afloraban con persistencia. Como el agua. Pero no naufragó. Al oscurecer, acurrucada en su hamaca colgada en la pared, pensaba: "Basta, lo dejo. Pero a la mañana siguiente me encontraba bien, sentía que no quería irme y seguía escalando". Así hasta que llegó sola a la cima, y bautizó como Naufragi la nueva vía que acababa de abrir con permiso de la niebla y del monzón himaláyico que ese agosto se cobró más de mil vidas en India y Pakistán.
Sola, sin teléfono, radio, ni cámaras; por libre, sin sherpas, en lugares remotos. Así le gusta escalar a Sílvia Vidal, barcelonesa de 40 años. Le atraen las ascensiones en solitario "porque son más intensas y exigen un mayor grado de compromiso conmigo misma y con la escalada. Para mí, lo importante no es tanto qué se hace sino cómo se hace. Y eso es lo que menos se suele valorar". El cómo de Sílvia comporta ser prácticamente autosuficiente en sus incursiones al Himalaya, la Patagonia, los Andes, Yosemite, Canadá... Sólo contrata porteadores para que la ayuden a transportar hasta el campo base los 200 kilos de material, comida y agua que utilizará durante su evolución en la pared. A partir de ahí es ella, con apenas 46 kilos de peso, la que carga los petates hasta la base de la montaña, desde donde iniciará la ascensión. "¿Cuánto cargo? Veinte kilos, veinticinco. a veces treinta para ahorrarme algún viaje. En la isla de Baffin, donde no hay porteadores, anduvimos 550 kilómetros para trasladar todos los petates".
"Prefiero los lugares aislados, en la montaña me gusta estar tranquila". El valle de Kinnaur es remoto como el que más; a priori prometía. Sílvia había elegido este enclave al ver una foto por internet; de hecho, la imagen en cuestión era la única información que tenía de la pared virgen que se había propuesto escalar en la cordillera del Kailash Parbat. Y al llegar allí, con tormenta y con cero visibilidad debido a la niebla, tardó un par de días en localizar la vía por la que empezaría a trepar.
Sílvia es considerada la mejor en su especialidad, escalada artificial en grandes paredes, aunque fuera de los círculos alpinistas es una completa desconocida. Evita los focos y su extrema discreción la ha llevado a perder recientemente a uno de sus patrocinadores por su negativa a abrir un blog y a enrolarse en el universo de Facebook. También en el monte sin las redes sociales no eres nadie. Sílvia se limita a publicar artículos sobre las nuevas vías que ha abierto en revistas especializas de todo el mundo. A pesar de este contratiempo, ha logrado vivir de la escalada gracias a otros sponsors que le suministran el material y a las conferencias y proyecciones de fotografías de sus expediciones
Su vida es austera. Con su casa-furgoneta se escapa cada semana a Montserrat, Mont-rebei, el Pedraforca... y una vez al año organiza un viaje de mayor envergadura, el último, el citado de India. "Vuelvo agotada, debilitada, consumida, tardo seis meses en recuperarme del esfuerzo".
Sílvia escala usando el estilo cápsula consistente en permanecer en la pared, sin tocar el suelo, hasta que llega a la cima, lo que puede traducirse en unos pocos días o en más de un mes. Su casa es su hamaca, a la que debe atarse cuando duerme para evitar precipitarse al vacío. Un refugio en el que come, lee, descansa, aunque a veces lo es todo menos confortable. Las intensísimas lluvias del pasado verano en el valle de Kinnaur convirtieron la hamaca en un barco lleno de agua que Sílvia tenía que ir sacando como podía. Así 25 días.
En la pared también va montando sus campos, consistentes en la hamaca y dos petates cargados con la comida y el agua necesaria. A medida que va ascendiendo también va elevando a cotas superiores este suerte de vivienda de altura con la ayuda de unas poleas. "Busco un lugar seguro y a partir de allí escalo y luego bajo a dormir a la hamaca, al cabo de unos días la subo más arriba. Mi intención es no bajar al suelo hasta que acabo".
"Es un tipo de escalada muy técnica y lenta, vas progresando en función de las herramientas que vas colocando en la pared; tienes que elegir la pieza adecuada para que pueda soportar tu peso; si no, puedes caer, por eso es muy mental; la fuerza física no es lo más relevante".
Sola y sin conexión con el mundo exterior. ¿No siente miedo?
Sí, he pasado miedo, pero no pánico. Ir sola es mucho más intenso y extremo. Pero no siempre viajo sola, en función del momento decido si voy con alguien más. Escalo sin teléfono o radio como opción personal, como parte de un compromiso que quiero asumir.
¿Cómo es la vida en la pared?
Escalo unas doce horas al día y cuando el tiempo es muy malo y no puedo avanzar escucho música en mi mp3 y leo. Por la noche, cuando estoy dentro de la hamaca, anoto los detalles de la escalada: repaso el material que he utilizado para poder hacer la reseña de la vía.
¿Qué distancia recorre en un día?
Puede ser que no avances nada si hace muy mal tiempo o que subas 100 metros, pero es una escalada muy lenta. En India fueron 1.050 metros en 25 días en un pico de 5.250 metros de altura; en otra montaña de Pakistán, 32 días, aunque en esa ocasión éramos tres personas. Pero es más duro doce días sola en la pared que un mes con compañeros.
¿Cuál es su dieta en la pared?
Es muy pobre. Desayuno muesli, durante el día tomo un par de barritas energéticas y para cenar sopa instantánea y comida liofilizada, que puede ser pasta. También frutos secos, galletas y complementos proteicos y vitamínicos. Cada día utilizo dos litros y medio de agua para beber y cocinar.
Descubrió la escalada con sus compañeros del INEF, pero no decidió dedicarse a esta disciplina hasta cumplidos los 25 años. Al acabar INEF impartió clases de educación física durante un curso, aunque vio que no era lo suyo y lo dejó todo por la montaña.
Life is Lilac, Sol Solet, Sopa de Farigola, Hakuna Matata, Ganyips, Sargantana... son algunas de las 15 vías que ha firmado, a razón de una por año. En Naufragi, la última, pasó frío, tuvo que racionar la comida y afrontar cada día la incertidumbre de cómo acabaría la aventura. Salió a flote y volvió para contarlo.
Sílvia Vidal. Escaladora. Considerada la mejor del mundo en su especialidad, escalada artificial en grandes paredes, esta barcelonesa de 40 años demuestra que la exploración todavía es posible. Con discreción va abriendo nuevas vías en paredes vírgenes de valles aislados; la última, en Kinnaur, en el Himalaya de India
Naufragi. El nombre lo dice casi todo aunque también puede llevar a engaño. Sílvia Vidal se encaró cada día, hasta 25, a la lluvia torrencial que asoló el verano pasado el valle de Kinnaur, en el norte de India, encaramada a una pared de más de 5.000 metros de altura. Las dudas afloraban con persistencia. Como el agua. Pero no naufragó. Al oscurecer, acurrucada en su hamaca colgada en la pared, pensaba: "Basta, lo dejo. Pero a la mañana siguiente me encontraba bien, sentía que no quería irme y seguía escalando". Así hasta que llegó sola a la cima, y bautizó como Naufragi la nueva vía que acababa de abrir con permiso de la niebla y del monzón himaláyico que ese agosto se cobró más de mil vidas en India y Pakistán.
Sola, sin teléfono, radio, ni cámaras; por libre, sin sherpas, en lugares remotos. Así le gusta escalar a Sílvia Vidal, barcelonesa de 40 años. Le atraen las ascensiones en solitario "porque son más intensas y exigen un mayor grado de compromiso conmigo misma y con la escalada. Para mí, lo importante no es tanto qué se hace sino cómo se hace. Y eso es lo que menos se suele valorar". El cómo de Sílvia comporta ser prácticamente autosuficiente en sus incursiones al Himalaya, la Patagonia, los Andes, Yosemite, Canadá... Sólo contrata porteadores para que la ayuden a transportar hasta el campo base los 200 kilos de material, comida y agua que utilizará durante su evolución en la pared. A partir de ahí es ella, con apenas 46 kilos de peso, la que carga los petates hasta la base de la montaña, desde donde iniciará la ascensión. "¿Cuánto cargo? Veinte kilos, veinticinco. a veces treinta para ahorrarme algún viaje. En la isla de Baffin, donde no hay porteadores, anduvimos 550 kilómetros para trasladar todos los petates".
"Prefiero los lugares aislados, en la montaña me gusta estar tranquila". El valle de Kinnaur es remoto como el que más; a priori prometía. Sílvia había elegido este enclave al ver una foto por internet; de hecho, la imagen en cuestión era la única información que tenía de la pared virgen que se había propuesto escalar en la cordillera del Kailash Parbat. Y al llegar allí, con tormenta y con cero visibilidad debido a la niebla, tardó un par de días en localizar la vía por la que empezaría a trepar.
Sílvia es considerada la mejor en su especialidad, escalada artificial en grandes paredes, aunque fuera de los círculos alpinistas es una completa desconocida. Evita los focos y su extrema discreción la ha llevado a perder recientemente a uno de sus patrocinadores por su negativa a abrir un blog y a enrolarse en el universo de Facebook. También en el monte sin las redes sociales no eres nadie. Sílvia se limita a publicar artículos sobre las nuevas vías que ha abierto en revistas especializas de todo el mundo. A pesar de este contratiempo, ha logrado vivir de la escalada gracias a otros sponsors que le suministran el material y a las conferencias y proyecciones de fotografías de sus expediciones
Su vida es austera. Con su casa-furgoneta se escapa cada semana a Montserrat, Mont-rebei, el Pedraforca... y una vez al año organiza un viaje de mayor envergadura, el último, el citado de India. "Vuelvo agotada, debilitada, consumida, tardo seis meses en recuperarme del esfuerzo".
Sílvia escala usando el estilo cápsula consistente en permanecer en la pared, sin tocar el suelo, hasta que llega a la cima, lo que puede traducirse en unos pocos días o en más de un mes. Su casa es su hamaca, a la que debe atarse cuando duerme para evitar precipitarse al vacío. Un refugio en el que come, lee, descansa, aunque a veces lo es todo menos confortable. Las intensísimas lluvias del pasado verano en el valle de Kinnaur convirtieron la hamaca en un barco lleno de agua que Sílvia tenía que ir sacando como podía. Así 25 días.
En la pared también va montando sus campos, consistentes en la hamaca y dos petates cargados con la comida y el agua necesaria. A medida que va ascendiendo también va elevando a cotas superiores este suerte de vivienda de altura con la ayuda de unas poleas. "Busco un lugar seguro y a partir de allí escalo y luego bajo a dormir a la hamaca, al cabo de unos días la subo más arriba. Mi intención es no bajar al suelo hasta que acabo".
"Es un tipo de escalada muy técnica y lenta, vas progresando en función de las herramientas que vas colocando en la pared; tienes que elegir la pieza adecuada para que pueda soportar tu peso; si no, puedes caer, por eso es muy mental; la fuerza física no es lo más relevante".
Sola y sin conexión con el mundo exterior. ¿No siente miedo?
Sí, he pasado miedo, pero no pánico. Ir sola es mucho más intenso y extremo. Pero no siempre viajo sola, en función del momento decido si voy con alguien más. Escalo sin teléfono o radio como opción personal, como parte de un compromiso que quiero asumir.
¿Cómo es la vida en la pared?
Escalo unas doce horas al día y cuando el tiempo es muy malo y no puedo avanzar escucho música en mi mp3 y leo. Por la noche, cuando estoy dentro de la hamaca, anoto los detalles de la escalada: repaso el material que he utilizado para poder hacer la reseña de la vía.
¿Qué distancia recorre en un día?
Puede ser que no avances nada si hace muy mal tiempo o que subas 100 metros, pero es una escalada muy lenta. En India fueron 1.050 metros en 25 días en un pico de 5.250 metros de altura; en otra montaña de Pakistán, 32 días, aunque en esa ocasión éramos tres personas. Pero es más duro doce días sola en la pared que un mes con compañeros.
¿Cuál es su dieta en la pared?
Es muy pobre. Desayuno muesli, durante el día tomo un par de barritas energéticas y para cenar sopa instantánea y comida liofilizada, que puede ser pasta. También frutos secos, galletas y complementos proteicos y vitamínicos. Cada día utilizo dos litros y medio de agua para beber y cocinar.
Descubrió la escalada con sus compañeros del INEF, pero no decidió dedicarse a esta disciplina hasta cumplidos los 25 años. Al acabar INEF impartió clases de educación física durante un curso, aunque vio que no era lo suyo y lo dejó todo por la montaña.
Life is Lilac, Sol Solet, Sopa de Farigola, Hakuna Matata, Ganyips, Sargantana... son algunas de las 15 vías que ha firmado, a razón de una por año. En Naufragi, la última, pasó frío, tuvo que racionar la comida y afrontar cada día la incertidumbre de cómo acabaría la aventura. Salió a flote y volvió para contarlo.
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sábado, julio 23, 2011
involucrar vs esforç vs inopia vs una cara bonita
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La buena vida
La filosofía del decrecimiento y la crisis revitalizan los grupos que buscan la felicidad con menos consumo
La crisis y los cambios de valores están provocando un auge de los grupos de la buena vida, un fenómeno que está renovando el movimiento neorrural y empieza a arraigar en sectores urbanos. Jóvenes sobradamente preparados han optado por dar un giro en su vida dando portazo al crédito, al consumo desmedido y al derroche de materias y energía. Han descubierto que el paraíso no era tener un empleo de asalariados trabajando ocho horas al día, sino que el bienestar personal puede estar en una casa en el campo compartiendo proyectos colectivos y dedicando más tiempo al ocio o las actividades culturales y asociativas. Su economía es básicamente no dineraria y, aunque optan por poner límites al consumo por motivos ambientales, creen que eso no impide transitar un camino hacia la felicidad.
Un grupo de ocho jóvenes residentes en Barcelona de varias nacionalidades (cuatro chicos y cuatro chicas) acaban de trasladarse a Can Flor, una vieja casa rural de Santa Maria de Martorelles (Vallès Oriental). La vivienda está por reformar, pero el modesto escenario colma sus aspiraciones. “Nuestro ideal de vida es trabajar 25 horas a la semana en el mercado laboral y dedicar más tiempo a las actividades más artísticas, a la relación personal y a la autoproducción, algo que también forma parte de la creatividad”, dice Rubén Suriñach, que trabaja en la revista Opcions, dedicada al consumo responsable.
Marta Galán, una joven gallega que estudió ingeniería, comparte con otras nueve personas la masía Can Piella (La Llagosta), una construcción del siglo XVII que estaba casi destruida. El grupo ha transformado este viejo lugar derruido y abandonado en una isla rural donde disfrutan de la naturaleza cuando no tienen que ir a trabajar a Barcelona de vez en cuando. “La huerta este año ha sido una explosión. Es algo mágico. Yo aún estoy intentando entenderlo”, dice bromeando. La filosofía del decrecimiento ha revitalizado el movimiento neorrural asentado en la trastienda metropolitana. Gilad Buzi, un californiano, cultiva la finca La Torreta de El Masnou, un terreno agrícola encajonado entre una promoción de viviendas por vender y la fábrica textil Dogi. Su sueño era vivir del cultivo agroecológico, y a ello se ha dedicado en cuerpo y alma. En diciembre tuvo sus primeras cosechas. Viste una impecable indumentaria de campesino colono. “Me gusta mi trabajo. Siempre he pensado que era importante fomentar y crear espacios agroecológicos cercanos a la ciudad para proporcionar alimentos de proximidad”, señala Buzi, quien recibe esta mañana a los miembros de un grupo de consumidores que le harán la compra directa, en su campo y sin intermediarios.
El movimiento neorrural y, en general, el deseo de regresar al campo para vivir en grupo o recuperar actividades productivas se inició en los años setenta en paralelo a la crisis del petróleo. El goteo desde entonces no ha cesado; pero ahora es un fenómeno masivo, según Álvaro Porro, miembro del Centre de Recursos i Informació en Consum. Es la apuesta renovada que pone en valor la relación con la naturaleza para recuperar otra forma de vida: otro paradigma del bienestar.
Los nuevos grupos de la buena vida toman como referencia los valores de los primeros neorrurales. Adoptan grados diversos de autoproducción y formas muy diversas de vida comunitaria. Pero incorporan elementos nuevos, como el énfasis en la agroecología o la alianza con cooperativas de consumidores urbanos, que compran al neopayés sin intermedios. Y en el intento de huir de modelos mercantilistas, cultivan productos agroecológicos, pero no sólo buscando el certificado oficial (que garantiza que no se han usado insecticidas o plaguicidas), sino que prescinden de los circuitos tradicionales de semillas (multinacionales), fomentan la recuperación de variedades vegetales arrinconadas y ofrecen a las cooperativas de consumidores cestas de productos frescos de temporada. “Hay una clara oposición a la industria agrícola tradicional. Buscamos una acción colectiva transformadora”, dice Guillem Tendero, coordinador de la Alianza para la Soberanía Alimentaria de Catalunya, que aglutina a los grupos y entidades que trabajan en la producción, consumo, distribución y la investigación en agroecología, uno de los epicentros de estos círculos muy activos en red.
El nuevo modelo de relación entre consumo y producción lo representa, por ejemplo, la asociación de Xicòria, que trabaja en una finca de dos hectáreas cedida en Montblanc (Conca de Barberà). El grupo ofrece por diez euros una cesta semanal de seis productos con variedades vegetales de semillas recuperadas; cocina platos ecológicos de temporada para grandes grupos y fomenta la educación ambiental, explica Anaïs Sastre.
Buena parte de los nuevos grupos de la buena vida han tomado como referencia la comunidad de Can Masdeu, en Collserola (Barcelona), un laboratorio de los modos de vida basados en una economía no monetaria desde hace 10 años. El grueso de las actividades consiste en tareas de autoproducción (alimentos), reparación (bicicletas), rehabilitación (casa), reutilización (materia orgánica para los huertos) o van destinadas a compartir artículos con otras personas del entorno (aceite…). El grupo sólo dispone de un coche para sus 25 miembros, lo que se aviene con la idea de compartir para reducir consumos e impactos ambientales. No obstante, la mayoría de ellos desempeñan otras pequeñas actividades laborales remuneradas, que les permiten pequeños ingresos (no más de 300 euros al mes).
“Los límites en Can Masdeu no son un sacrificio, porque recibimos mucho a cambio. No es una compensación económica, sino la contrapartida de unas relaciones sociales más ricas”, dice Arnau Montserrat. Este tipo de experiencias son seguidas por investigadores de las universidades españolas. “Can Masdeu representa una aportación en innovaciones frugales, es decir, soluciones que tienen como objetivo desarrollar maneras de producir y consumir menos. Estas personas reconocen e incluyen en su modo de vida los límites que suponen la disponibilidad de recursos, materiales o energía. El resultado de todo ello es la reducción del consumo o de residuos”, señala Federico Demaria, del grupo de investigación del decrecimiento de la UAB. Reparar, compartir o intercambiar están en el eje de los grupos de la buena vida. Gastan poco en comida; suelen vivir en casas cedidas o de alquileres bajos, y gastan muy poco en medicinas. “Comen productos ecológicos y viven en un entorno natural. Sus jornadas de trabajo empiezan a la 10 de la mañana, y pueden disfrutar de una vida con un ritmo más lento”, dice Demaria.
“El decrecimiento propone una respuesta a la crisis con una reducción de la magnitud de sistema económico. No es algo futurista, sino práctico. Persigue un nuevo paradigma que no utiliza tanta energía y tantos materiales para ser sostenible ambiental y socialmente. Su meta es que la gente pueda sentirse bien, que tenga relaciones respetando sus tiempos, para no tener tanto estrés”, dice Demaria. “Por lo que se ve, el crecimiento no funciona; al menos para estos jóvenes”, agrega.
Erik Gómez Baggethun, investigador del departamento de Ecología de la Universidad Autónoma de Madrid, destaca la aportación de estos grupos a la idea de recuperar espacios naturales que sufren un grave riesgo de desaparecer en los ámbitos metropolitanos por estar encajonados entre infraestructuras e industrias. Este anhelo de humanizar las ciudades se ve reflejado en la popular consigna Bajo el asfalto están los huertos.
"No nos podermos permitir trabajar 40 horas como asalariados"
Claudio Cattaneo. Can Masdeu (Barcelona). Vive en grupo desde hace 10 años. A veces, los propios investigadores son activos practicantes de las ideas de decrecimiento. Claudio Cattaneo, que ha analizado en una tesis la actividad de los neorrruales en la Alta Garrotxa, explica que la tendencia a ocupar espacios en la naturaleza “se están acentuando”. Él vive en Can Masdeu, en plena sierra de Collserola (cerca de barri de Canyelles de Barcelona), un lugar muy especial, dice, porque “es un puente entre el campo y la ciudad”, un hecho que le lleva a bautizar este movimiento como ur-urbano (de rural y urbano a la vez). Cattaneo considera que las ideas del decrecimiento son posteriores a la implantación del neorrularismo, aunque tienen en común muchos ingredientes, como el deseo de potenciar las relaciones humanas con menos circulación de dinero o las formas de un consumo más sobrio.
“Otro elemento común es que lo relevante es que cada uno puede hacer lo que más les guste, lo que se traduce en la expresión de modos y estilos de vida no conformes con los patrones normales”, agrega.
En las comunidades de la buena vida, la participación y la corresponsabilización de la vida en común es clave, pero luego hay espacios para las actividades personales remuneradas lógicamente. “Eso hace que unos enfoque su acción más hacia actidadades de producción agrícola, agricultora agroecológica, otros hacia las energías renovables, o hacia la acción política”,añade.
¿Supone una renuncia el fijars limites al consumo? “Es un cambio de vida, pero es un camino que hemos elegido, y puede que tal vez sea necesario hacerlo a gran escala. Mucha gente se ve abocada a practicar este estilo de vida porque cada vez es más difícil vivir en las ciudades y vivir dependiendo de encontrar un trabajo o una casa. Ésta opción puede ser consecuencia de una obligación. Pero, una vez que entras en un grupo y ves cómo funciona, se abre un abanico de posibilidades y se descubre que hay redes con las que nos podemos comunicar. La crisis puede tener aspectos positivos”, agrega Cattanero.
¿Cómo es una economía no monetaria? “No pagamos limpieza, no pagamos electricistsa, no pagamos a nadie. Lo hacemos todo nosotros. Trabajamos en tareas para las que, en otras circunstancias, pagaríamos. Ahora hacemos trabajos puntuales. Hacemos trabajos puntuales; no nos podemos permitir hacer un trabajo remunerado de 40 hora a la semana. La economía no monetaria significa más horas de trabajo aquí, en Can Masdeu”, dice.
"Satisface hacer algo con tus propias manos"
Grupo de Can Flor, Santa Maria de Martorelles. Ocho nuevos jóvenes con un modo de vida neorrural. Rubén Suriñach, en el centro de la imagen, decidió hace unos meses, junto con otros siete jóvenes, dejar Barcelona para irse a vivir a Can Flor, en Santa Maria de Martorelles (Vallès Oriental). Todos ellos creen que su plan para reducir la jornada laboral) sirve, además, como respuesta a la crisis. "Cuando la gente trabaja ocho horas, llega a casa y lo único que hace es mirar la tele, quedarse aplatanado. En cambio, ahora tengo más tiempo para las actividades creativas. Yo creo que el decrecimiento es una crítica a la idea de que el trabajo es el centro hegemónico de nuestra vida", sentencia. La casa rural acoge ahora a este grupo, que se reúne a charlar en una fresca estancia al aire libre a la que da sombra una parra. "Quisimos dar más valor a compartir la vida comunitaria. Autoproducir muebles, autoabastecerte, reparar, usar menos recursos y gastar menos dinero nos da poder como personas; nos hace más felices porque nos hace sentir que hacemos algo con nuestras manos", dice. Vivir desprendiéndose de excesos materiales no les preocupa. La autoproducción o la vida en comunidad colman sus expectativas. "Puedes ser feliz sin consumir en exceso. El tener más cosas materiales no te hace más feliz; puede ser al revés", añade. Su diccionario de valores incluye la referencia al economista Manfred Max-Neef y se llena de palabras como creatividad, ocio, identidad o identidad.
"Quiero que los compradores visiten la huerta y se impliquen"
Gilad Buzi. El Masnou. Payés agroecológico. El californiano Gilad Buzi cultiva la finca La Torreta de El Masnou desde hace pocos meses. Le mueve el deseo de proporcionar alimentos ecológicos, de proximidad y de temporada a sus clientes, que son grupos de consumidores que compran in situ. Cree que la relación directa con los clientes es clave. "Un grupo de consumidores que no nos venga a visitar no me interesa", dice mientras nos enseña la finca, desde donde se observa una fantástica panorámica del Maresme. "La relación entre el productor y el consumidor es fundamental; a nosotros no nos interesa pasar por Mercabarna o vender a un distribuidor. Nos interesa el cliente final. Quiero que venga aquí para que nos entienda bien; que sepa de dónde vienen los alimentos, que conozcan los problemas y las inquietudes que rodean los cultivos", dice antes de mostrar la variadísima gama de productos. Ya tiene tres o cuatro grupos de clientes.
"Nuestra compensación es hacer lo que nos gusta"
La caseta de la Coma de Burg, Farrera. Danza y más... Neus Monllor, junto con Anna Rubio y Jaume Guillamon, han impulsado la Caseta de la Coma de Burg (en Farrera, Pallars Sobirà), un espacio dedicado a la danza y el cabaré, y que sirve como centro de espectáculos, formación de profesionales y residencia de artistas. Acoge talleres de creación como el que participó Montse Martí (en la fotografía). "Para nosotros, la motivación del movimiento neorrural es la posibilidad de vivir tranquilos, a nuestro aire, haciendo lo que nos gusta", dice Monllor. El proyecto incluye el restaurante Espai Tomata,de alimentos ecológicos y de temporada.
"Lo arcaico y obsoleto puede ser lo realmente sostenible"
Marta Galán, La Llagosta. Vivir en una vieja masía. Marta Galán y su grupo viven en Can Piella desde hace dos años en una vieja masía. En un lugar con nula vocación bucólica, entre polígonos industriales, experimenta una gratificante vida comunitaria (hacen pan, cerveza, huertos…). "Prácticas tradicionales que parecerían arcaicas y obsoletas cumplen los modernos principios de sostenibilidad", dice. Riega los árboles frutales con aguas residuales y vive con orgullo haber dinamizado la zona, con la visita a los huertos de familias y niños de pueblos cercanos, que tienen aquí otra opción de ocio.
La crisis y los cambios de valores están provocando un auge de los grupos de la buena vida, un fenómeno que está renovando el movimiento neorrural y empieza a arraigar en sectores urbanos. Jóvenes sobradamente preparados han optado por dar un giro en su vida dando portazo al crédito, al consumo desmedido y al derroche de materias y energía. Han descubierto que el paraíso no era tener un empleo de asalariados trabajando ocho horas al día, sino que el bienestar personal puede estar en una casa en el campo compartiendo proyectos colectivos y dedicando más tiempo al ocio o las actividades culturales y asociativas. Su economía es básicamente no dineraria y, aunque optan por poner límites al consumo por motivos ambientales, creen que eso no impide transitar un camino hacia la felicidad.
Un grupo de ocho jóvenes residentes en Barcelona de varias nacionalidades (cuatro chicos y cuatro chicas) acaban de trasladarse a Can Flor, una vieja casa rural de Santa Maria de Martorelles (Vallès Oriental). La vivienda está por reformar, pero el modesto escenario colma sus aspiraciones. “Nuestro ideal de vida es trabajar 25 horas a la semana en el mercado laboral y dedicar más tiempo a las actividades más artísticas, a la relación personal y a la autoproducción, algo que también forma parte de la creatividad”, dice Rubén Suriñach, que trabaja en la revista Opcions, dedicada al consumo responsable.
Marta Galán, una joven gallega que estudió ingeniería, comparte con otras nueve personas la masía Can Piella (La Llagosta), una construcción del siglo XVII que estaba casi destruida. El grupo ha transformado este viejo lugar derruido y abandonado en una isla rural donde disfrutan de la naturaleza cuando no tienen que ir a trabajar a Barcelona de vez en cuando. “La huerta este año ha sido una explosión. Es algo mágico. Yo aún estoy intentando entenderlo”, dice bromeando. La filosofía del decrecimiento ha revitalizado el movimiento neorrural asentado en la trastienda metropolitana. Gilad Buzi, un californiano, cultiva la finca La Torreta de El Masnou, un terreno agrícola encajonado entre una promoción de viviendas por vender y la fábrica textil Dogi. Su sueño era vivir del cultivo agroecológico, y a ello se ha dedicado en cuerpo y alma. En diciembre tuvo sus primeras cosechas. Viste una impecable indumentaria de campesino colono. “Me gusta mi trabajo. Siempre he pensado que era importante fomentar y crear espacios agroecológicos cercanos a la ciudad para proporcionar alimentos de proximidad”, señala Buzi, quien recibe esta mañana a los miembros de un grupo de consumidores que le harán la compra directa, en su campo y sin intermediarios.
El movimiento neorrural y, en general, el deseo de regresar al campo para vivir en grupo o recuperar actividades productivas se inició en los años setenta en paralelo a la crisis del petróleo. El goteo desde entonces no ha cesado; pero ahora es un fenómeno masivo, según Álvaro Porro, miembro del Centre de Recursos i Informació en Consum. Es la apuesta renovada que pone en valor la relación con la naturaleza para recuperar otra forma de vida: otro paradigma del bienestar.
Los nuevos grupos de la buena vida toman como referencia los valores de los primeros neorrurales. Adoptan grados diversos de autoproducción y formas muy diversas de vida comunitaria. Pero incorporan elementos nuevos, como el énfasis en la agroecología o la alianza con cooperativas de consumidores urbanos, que compran al neopayés sin intermedios. Y en el intento de huir de modelos mercantilistas, cultivan productos agroecológicos, pero no sólo buscando el certificado oficial (que garantiza que no se han usado insecticidas o plaguicidas), sino que prescinden de los circuitos tradicionales de semillas (multinacionales), fomentan la recuperación de variedades vegetales arrinconadas y ofrecen a las cooperativas de consumidores cestas de productos frescos de temporada. “Hay una clara oposición a la industria agrícola tradicional. Buscamos una acción colectiva transformadora”, dice Guillem Tendero, coordinador de la Alianza para la Soberanía Alimentaria de Catalunya, que aglutina a los grupos y entidades que trabajan en la producción, consumo, distribución y la investigación en agroecología, uno de los epicentros de estos círculos muy activos en red.
El nuevo modelo de relación entre consumo y producción lo representa, por ejemplo, la asociación de Xicòria, que trabaja en una finca de dos hectáreas cedida en Montblanc (Conca de Barberà). El grupo ofrece por diez euros una cesta semanal de seis productos con variedades vegetales de semillas recuperadas; cocina platos ecológicos de temporada para grandes grupos y fomenta la educación ambiental, explica Anaïs Sastre.
Buena parte de los nuevos grupos de la buena vida han tomado como referencia la comunidad de Can Masdeu, en Collserola (Barcelona), un laboratorio de los modos de vida basados en una economía no monetaria desde hace 10 años. El grueso de las actividades consiste en tareas de autoproducción (alimentos), reparación (bicicletas), rehabilitación (casa), reutilización (materia orgánica para los huertos) o van destinadas a compartir artículos con otras personas del entorno (aceite…). El grupo sólo dispone de un coche para sus 25 miembros, lo que se aviene con la idea de compartir para reducir consumos e impactos ambientales. No obstante, la mayoría de ellos desempeñan otras pequeñas actividades laborales remuneradas, que les permiten pequeños ingresos (no más de 300 euros al mes).
“Los límites en Can Masdeu no son un sacrificio, porque recibimos mucho a cambio. No es una compensación económica, sino la contrapartida de unas relaciones sociales más ricas”, dice Arnau Montserrat. Este tipo de experiencias son seguidas por investigadores de las universidades españolas. “Can Masdeu representa una aportación en innovaciones frugales, es decir, soluciones que tienen como objetivo desarrollar maneras de producir y consumir menos. Estas personas reconocen e incluyen en su modo de vida los límites que suponen la disponibilidad de recursos, materiales o energía. El resultado de todo ello es la reducción del consumo o de residuos”, señala Federico Demaria, del grupo de investigación del decrecimiento de la UAB. Reparar, compartir o intercambiar están en el eje de los grupos de la buena vida. Gastan poco en comida; suelen vivir en casas cedidas o de alquileres bajos, y gastan muy poco en medicinas. “Comen productos ecológicos y viven en un entorno natural. Sus jornadas de trabajo empiezan a la 10 de la mañana, y pueden disfrutar de una vida con un ritmo más lento”, dice Demaria.
“El decrecimiento propone una respuesta a la crisis con una reducción de la magnitud de sistema económico. No es algo futurista, sino práctico. Persigue un nuevo paradigma que no utiliza tanta energía y tantos materiales para ser sostenible ambiental y socialmente. Su meta es que la gente pueda sentirse bien, que tenga relaciones respetando sus tiempos, para no tener tanto estrés”, dice Demaria. “Por lo que se ve, el crecimiento no funciona; al menos para estos jóvenes”, agrega.
Erik Gómez Baggethun, investigador del departamento de Ecología de la Universidad Autónoma de Madrid, destaca la aportación de estos grupos a la idea de recuperar espacios naturales que sufren un grave riesgo de desaparecer en los ámbitos metropolitanos por estar encajonados entre infraestructuras e industrias. Este anhelo de humanizar las ciudades se ve reflejado en la popular consigna Bajo el asfalto están los huertos.
"No nos podermos permitir trabajar 40 horas como asalariados"
Claudio Cattaneo. Can Masdeu (Barcelona). Vive en grupo desde hace 10 años. A veces, los propios investigadores son activos practicantes de las ideas de decrecimiento. Claudio Cattaneo, que ha analizado en una tesis la actividad de los neorrruales en la Alta Garrotxa, explica que la tendencia a ocupar espacios en la naturaleza “se están acentuando”. Él vive en Can Masdeu, en plena sierra de Collserola (cerca de barri de Canyelles de Barcelona), un lugar muy especial, dice, porque “es un puente entre el campo y la ciudad”, un hecho que le lleva a bautizar este movimiento como ur-urbano (de rural y urbano a la vez). Cattaneo considera que las ideas del decrecimiento son posteriores a la implantación del neorrularismo, aunque tienen en común muchos ingredientes, como el deseo de potenciar las relaciones humanas con menos circulación de dinero o las formas de un consumo más sobrio.
“Otro elemento común es que lo relevante es que cada uno puede hacer lo que más les guste, lo que se traduce en la expresión de modos y estilos de vida no conformes con los patrones normales”, agrega.
En las comunidades de la buena vida, la participación y la corresponsabilización de la vida en común es clave, pero luego hay espacios para las actividades personales remuneradas lógicamente. “Eso hace que unos enfoque su acción más hacia actidadades de producción agrícola, agricultora agroecológica, otros hacia las energías renovables, o hacia la acción política”,añade.
¿Supone una renuncia el fijars limites al consumo? “Es un cambio de vida, pero es un camino que hemos elegido, y puede que tal vez sea necesario hacerlo a gran escala. Mucha gente se ve abocada a practicar este estilo de vida porque cada vez es más difícil vivir en las ciudades y vivir dependiendo de encontrar un trabajo o una casa. Ésta opción puede ser consecuencia de una obligación. Pero, una vez que entras en un grupo y ves cómo funciona, se abre un abanico de posibilidades y se descubre que hay redes con las que nos podemos comunicar. La crisis puede tener aspectos positivos”, agrega Cattanero.
¿Cómo es una economía no monetaria? “No pagamos limpieza, no pagamos electricistsa, no pagamos a nadie. Lo hacemos todo nosotros. Trabajamos en tareas para las que, en otras circunstancias, pagaríamos. Ahora hacemos trabajos puntuales. Hacemos trabajos puntuales; no nos podemos permitir hacer un trabajo remunerado de 40 hora a la semana. La economía no monetaria significa más horas de trabajo aquí, en Can Masdeu”, dice.
"Satisface hacer algo con tus propias manos"
Grupo de Can Flor, Santa Maria de Martorelles. Ocho nuevos jóvenes con un modo de vida neorrural. Rubén Suriñach, en el centro de la imagen, decidió hace unos meses, junto con otros siete jóvenes, dejar Barcelona para irse a vivir a Can Flor, en Santa Maria de Martorelles (Vallès Oriental). Todos ellos creen que su plan para reducir la jornada laboral) sirve, además, como respuesta a la crisis. "Cuando la gente trabaja ocho horas, llega a casa y lo único que hace es mirar la tele, quedarse aplatanado. En cambio, ahora tengo más tiempo para las actividades creativas. Yo creo que el decrecimiento es una crítica a la idea de que el trabajo es el centro hegemónico de nuestra vida", sentencia. La casa rural acoge ahora a este grupo, que se reúne a charlar en una fresca estancia al aire libre a la que da sombra una parra. "Quisimos dar más valor a compartir la vida comunitaria. Autoproducir muebles, autoabastecerte, reparar, usar menos recursos y gastar menos dinero nos da poder como personas; nos hace más felices porque nos hace sentir que hacemos algo con nuestras manos", dice. Vivir desprendiéndose de excesos materiales no les preocupa. La autoproducción o la vida en comunidad colman sus expectativas. "Puedes ser feliz sin consumir en exceso. El tener más cosas materiales no te hace más feliz; puede ser al revés", añade. Su diccionario de valores incluye la referencia al economista Manfred Max-Neef y se llena de palabras como creatividad, ocio, identidad o identidad.
"Quiero que los compradores visiten la huerta y se impliquen"
Gilad Buzi. El Masnou. Payés agroecológico. El californiano Gilad Buzi cultiva la finca La Torreta de El Masnou desde hace pocos meses. Le mueve el deseo de proporcionar alimentos ecológicos, de proximidad y de temporada a sus clientes, que son grupos de consumidores que compran in situ. Cree que la relación directa con los clientes es clave. "Un grupo de consumidores que no nos venga a visitar no me interesa", dice mientras nos enseña la finca, desde donde se observa una fantástica panorámica del Maresme. "La relación entre el productor y el consumidor es fundamental; a nosotros no nos interesa pasar por Mercabarna o vender a un distribuidor. Nos interesa el cliente final. Quiero que venga aquí para que nos entienda bien; que sepa de dónde vienen los alimentos, que conozcan los problemas y las inquietudes que rodean los cultivos", dice antes de mostrar la variadísima gama de productos. Ya tiene tres o cuatro grupos de clientes.
"Nuestra compensación es hacer lo que nos gusta"
La caseta de la Coma de Burg, Farrera. Danza y más... Neus Monllor, junto con Anna Rubio y Jaume Guillamon, han impulsado la Caseta de la Coma de Burg (en Farrera, Pallars Sobirà), un espacio dedicado a la danza y el cabaré, y que sirve como centro de espectáculos, formación de profesionales y residencia de artistas. Acoge talleres de creación como el que participó Montse Martí (en la fotografía). "Para nosotros, la motivación del movimiento neorrural es la posibilidad de vivir tranquilos, a nuestro aire, haciendo lo que nos gusta", dice Monllor. El proyecto incluye el restaurante Espai Tomata,de alimentos ecológicos y de temporada.
"Lo arcaico y obsoleto puede ser lo realmente sostenible"
Marta Galán, La Llagosta. Vivir en una vieja masía. Marta Galán y su grupo viven en Can Piella desde hace dos años en una vieja masía. En un lugar con nula vocación bucólica, entre polígonos industriales, experimenta una gratificante vida comunitaria (hacen pan, cerveza, huertos…). "Prácticas tradicionales que parecerían arcaicas y obsoletas cumplen los modernos principios de sostenibilidad", dice. Riega los árboles frutales con aguas residuales y vive con orgullo haber dinamizado la zona, con la visita a los huertos de familias y niños de pueblos cercanos, que tienen aquí otra opción de ocio.
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jueves, julio 21, 2011
lunes, julio 18, 2011
sábado, julio 16, 2011
hurope vs Inez Linnette Huddleston vs gratitud
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Josep Fontana vs Gonzalo Pontón vs Joandomènec Ros vs Grupo Grijalbo-Mondadori vs Enric Satué
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viernes, julio 15, 2011
Jugar con cuentos : una experiencia escolar de animación a la lectura
Arenas, María Dolores
Resumen
¿Queréis que juguemos con los cuentos? ¡Süüi! Y semana tras semana, los niños se hicieron amigos de los habitantes del Planeta del Sueño.Visitaron el País de la "I" y el País de la "O". Dibujaron con el lápiz mágico. Se hicieron una fotografía para felicitar a su amiga Caperu. Fueron prisioneros del Genio de la Montaña. Lograron reunir a los caballos negros con los blancos. Subieron en el Tren de la Alegría. Ayudaron a Ardilla Pequeña a cruzar el puente. Incluso pudieron interiorizar problemas actuales. Y tan bien se lo pasaron en "la Hora del Cuento" que al curso siguiente Guillem le dijo a su profesora: "Srta Reme, a ver cómo ponemos este año las mesas en clase para poder jugar bien con los cuentos". MARÍA DOLORES ARENAS es licenciada en Filología Moderna por la Universidad de Valencia. Ha estado dedicada a la enseñanza desde el año 1970. Actualmente es profesora de la Universidad Católica de Valencia San Vicente Mártir. Destacan entre sus publicaciones el libro 'Jugar con cuentos: itinerario de animación a la lectura para todo un curso escolar', y dos cuentos: 'Una de brujos' y '¿Jugamos con caperucita roja?'.
Edición: [2ª ed.]
Publicación: Valencia : Universidad Católica de Valencia "San Vicente Mártir", Servicio de Publicaciones, 2008
Descripción Física: 220 p. : il.
Resumen
¿Queréis que juguemos con los cuentos? ¡Süüi! Y semana tras semana, los niños se hicieron amigos de los habitantes del Planeta del Sueño.Visitaron el País de la "I" y el País de la "O". Dibujaron con el lápiz mágico. Se hicieron una fotografía para felicitar a su amiga Caperu. Fueron prisioneros del Genio de la Montaña. Lograron reunir a los caballos negros con los blancos. Subieron en el Tren de la Alegría. Ayudaron a Ardilla Pequeña a cruzar el puente. Incluso pudieron interiorizar problemas actuales. Y tan bien se lo pasaron en "la Hora del Cuento" que al curso siguiente Guillem le dijo a su profesora: "Srta Reme, a ver cómo ponemos este año las mesas en clase para poder jugar bien con los cuentos". MARÍA DOLORES ARENAS es licenciada en Filología Moderna por la Universidad de Valencia. Ha estado dedicada a la enseñanza desde el año 1970. Actualmente es profesora de la Universidad Católica de Valencia San Vicente Mártir. Destacan entre sus publicaciones el libro 'Jugar con cuentos: itinerario de animación a la lectura para todo un curso escolar', y dos cuentos: 'Una de brujos' y '¿Jugamos con caperucita roja?'.
Edición: [2ª ed.]
Publicación: Valencia : Universidad Católica de Valencia "San Vicente Mártir", Servicio de Publicaciones, 2008
Descripción Física: 220 p. : il.
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martes, julio 12, 2011
Shamkhat vs Kuzbu vs Shamhat vs Shamjat vs haritu
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