Texto de Lluís Uría
Fotos de Marc Arias
Sebastião Salgado habla de la fotografía con entusiasmo juvenil, aunque ha captado durante más de tres décadas la realidad dolorosa del ser humano. Él dice que no busca hacer arte, sino sólo mostrar la vida, las cosas que le interesan, la historia de los seres humanos. Ahora fotografía los últimos paraísos del planeta con el fin de preservarlos.
Lo primero que llama la atención en Sebastião Salgado (Aimorés, Brasil, 1944) es su mirada. Intensamente azul, luminosa, limpia. Como la mirada de su cámara, con la que ha captado durante más de tres décadas la realidad dolorosa del ser humano. Los campesinos de América Latina, las víctimas de la hambruna en el Sahel, los desplazados por la guerra y la miseria, los niños castigados por la suerte de sus mayores, los trabajadores explotados en todo el mundo han encontrado un nuevo relieve bajo su objetivo, enfocado ahora a aquellos lugares de la Tierra que han sido salvaguardados de la presión humana y permanecen inmutables ante el paso del tiempo. “Son lugares que se conservan como en el día del Génesis, y hemos de procurar que se mantengan así”, sostiene, apasionado. Con dos hijos adultos –realizador de documentales uno, pintor el otro– y un nieto de 12 años, a Salgado le preocupa que este legado natural sea transmitido indemne a las generaciones futuras.
Atlético y juvenil, a sus 65 años, el galardonado fotógrafo brasileño –premio Príncipe de Asturias 1998– muestra intacto el entusiasmo inquebrantable que un buen día de 1973 le empujó a jugárselo todo a una carta y trocar una incipiente carrera como economista por la fotografía. Afincado en París, Salgado trabajó para las principales agencias de prensa –Sigma, Gamma, Magnum– antes de crear en 1994 la suya propia, Amazonas Images, con la complicidad inestimable de su mujer, Lélia Wanick. “Lélia es mucho más que mi esposa, es mi compañera de vida, somos socios en todo. Yo no soy un hombre con una gran mujer detrás, yo la tengo delante”, dice con reconocimiento. Salgado charla con el Magazine sobre su trayectoria y sus proyectos en su taller del Quai de Valmy, frente al canal Saint-Martin, un barrio popular y chic de la capital francesa.
Usted empezó trabajando como economista…
Para la Organización Internacional del Café, en Londres. Hacía proyectos para el Banco Mundial.
¿Se hizo economista por vocación?
Sííí, me encantaba. Empecé estudiando Derecho, un año, pero no me gustó y me pasé a la economía. Terminé mis estudios en Brasil en 1967, en 1968 trabajé un año para el Ministerio de Finanzas y luego vine a Francia para preparar el doctorado. En 1971 me fui a trabajar dos años en Inglaterra para la OIC. Después me volví fotógrafo.
¿Qué pasó? ¿Por qué ese cambio tan radical?
Descubrí la imagen. Mi mujer, que había estudiado Arquitectura, se compró una cámara para fotografiar arquitectura. Y yo descubrí la fotografía por ella. Me encantó. La fotografía invadió mi vida. En aquella época, tenía un pequeño laboratorio en el cuarto de baño, donde hacía mis copias, como mucha gente… Hasta que llegó un momento en que adquirió tanta fuerza que tomé la decisión de abandonarlo todo. En 1973, dejé la OIC y nos trasladamos a París. Aquí empecé mi vida como fotógrafo.
¿Recuerda su primera cámara?
Sí, era la cámara de mi mujer, una Pentax Spotmatic, con unas lentes muy buenas, maravillosas…. Después cambié a Leica y he trabajado con Leica toda mi vida. Hasta el proyecto Génesis, para el que necesitaba un negativo mejor, para ampliaciones grandes, y me pasé al medio formato. El año pasado lo cambié por la cámara digital.
¿Pero usted no seguía aferrado a la fotografía tradicional y trabajaba sólo con película? ¿Qué le hizo cambiar de opinión?
Empecé a tener un problema serio después de los atentados del 11-S con los controles de rayos X en los aeropuertos. Era un drama terrible. Porque cuando trabajas en 35 mm la película está enrollada en una bobina metálica que la protege un poco, pero en el medio formato la película está envuelta sólo en papel, sin protección. Tras pasar tres o cuatro veces bajo los rayos X, estas películas pierden la estructura de grano, la gama de grises, queda muy poco de la calidad original. Llevaba encima cartas de Kodak, de Paris Match, del Magazine, explicando el problema, pero era una lucha constante. Era un estrés tan grande, que llegó un momento en que me dije: “No puedo más, abandono”. Entonces, un amigo me aconsejó que probara el sistema digital, me dijo que su calidad hoy era tan buena o mejor que la del negativo.
¿Y?
Yo no lo creía. Pero hice pruebas y encontré unas cámaras con una calidad excepcional. Así que volví a los 35 mm. Es mucho más fácil para trabajar. Ya no tuve más problemas con los rayos X. ¡Y el peso! Para llevar 600 rollos de 220 debía cargar 27 kilos, mientras que ahora la misma capacidad pesa sólo 700 gramos. Hemos reproducido la misma cadena de trabajo que yo tenía antes. Sólo he cambiado el soporte. Mi manera de fotografiar y de trabajar sigue siendo la misma.
Lo que no ha abandonado es el blanco y negro.
No, no, no. Hasta las cámaras están reguladas de manera que nunca veo en color lo que hago. Incluso desconecto la pantalla posterior, que es una terrible desconcentración. Una vez al día repaso lo hecho, para ver si ha habido algún problema con las lentes, los obturadores o alguna cosa así. Pero lo veo en blanco y negro. Y las copias, también. Yo no fotografío en color, no me interesa.
¿Por qué?
No lo comprendo bien. Yo empecé a fotografiar en blanco y negro y me acostumbré. Para mí, es mi vida. Naturalmente, el blanco y negro es una abstracción, pero también una forma de concentración. Y tiene algo que el color no tiene: con el blanco y negro siempre he tenido secuencias de mis fotos, con el color la idea de secuencia se pierde.
Para usted, ¿la fotografía es arte, periodismo, ambas cosas?
Yo soy un reportero gráfico. El arte es otra historia. Una vez, visité una exposición de La Caixa en Barcelona sobre arte africano. Casi la totalidad de la exposición estaba integrada por objetos de uso cotidiano que con el tiempo se habían convertido en referentes de la historia y la cultura de una gente. Y se habían transformado en objetos de arte. En fotografía es igual. Lo que yo hago son documentos informativos. Me interesa contar historias. Si algún día, dentro de treinta o cuarenta años, esas fotos se convierten en un referente, como pasó con las fotos de la guerra de España, entonces sí pueden devenir objetos de arte. Si no, no. Hay gente que compra mis fotos, que las colecciona, yo hago exposiciones…, pero no son más que fotografías de reportero.
¿Qué busca mostrar en sus fotos?
Busco mostrar el momento histórico que estoy viviendo. Mis fotografías son mi vida, son las cosas que me interesan. Mucha gente ha dicho que yo soy un fotógrafo militante… No es verdad, no soy un fotógrafo militante. Es mi vida la que es así. Yo voy siguiendo la vida y voy fotografiando. Tengo un gran entusiasmo por las cosas. He hecho mucha fotografía social, fotografía de trabajo, fotografía de contraste y de contradicción…, porque vengo de un país de contradicciones. Nací en una realidad en plena mutación. Cuando yo era niño, Brasil tenía un 90% de población rural, hoy tiene el 90% de población urbana. Yo he vivido esta mutación. Cambios y cambios y cambios. Son esto mis fotografías: todos los cambios que yo he vivido.
¿Una imagen puede cambiar el mundo?
La imagen tiene un poder colosal. Es un lenguaje universal que no precisa traducción. No hay texto escrito que tenga ese poder. Hay imágenes, como la del coronel Tejero pistola en mano en el Parlamento español, que han pasado a ser referentes. Pero no creo que una imagen aislada, fuera de un contexto, pueda cambiar nada.
Usted ha sido testigo de injusticias, de violencia, de brutalidad. ¿Es posible permanecer neutral ante la realidad que uno ve?
¡No! De ninguna forma. La imagen no es objetiva, es profundamente subjetiva. Yo voy a fotografiar con mi ideología, con mis motivaciones, con mi historia, con mis pasiones… Ponga a diez fotógrafos a fotografiar la misma realidad y harán diez fotos diferentes. Yo no he ido a fotografiar la pobreza, la miseria, la lucha… He ido a fotografiar nuestra historia, la historia de los seres humanos.
¿Qué busca mostrar en sus fotos?
Busco mostrar el momento histórico que estoy viviendo. Mis fotografías son mi vida, son las cosas que me interesan. Mucha gente ha dicho que yo soy un fotógrafo militante… No es verdad, no soy un fotógrafo militante. Es mi vida la que es así. Yo voy siguiendo la vida y voy fotografiando. Tengo un gran entusiasmo por las cosas. He hecho mucha fotografía social, fotografía de trabajo, fotografía de contraste y de contradicción…, porque vengo de un país de contradicciones. Nací en una realidad en plena mutación. Cuando yo era niño, Brasil tenía un 90% de población rural, hoy tiene el 90% de población urbana. Yo he vivido esta mutación. Cambios y cambios y cambios. Son esto mis fotografías: todos los cambios que yo he vivido.
¿Una imagen puede cambiar el mundo?
La imagen tiene un poder colosal. Es un lenguaje universal que no precisa traducción. No hay texto escrito que tenga ese poder. Hay imágenes, como la del coronel Tejero pistola en mano en el Parlamento español, que han pasado a ser referentes. Pero no creo que una imagen aislada, fuera de un contexto, pueda cambiar nada.
Usted ha sido testigo de injusticias, de violencia, de brutalidad. ¿Es posible permanecer neutral ante la realidad que uno ve?
¡No! De ninguna forma. La imagen no es objetiva, es profundamente subjetiva. Yo voy a fotografiar con mi ideología, con mis motivaciones, con mi historia, con mis pasiones… Ponga a diez fotógrafos a fotografiar la misma realidad y harán diez fotos diferentes. Yo no he ido a fotografiar la pobreza, la miseria, la lucha… He ido a fotografiar nuestra historia, la historia de los seres humanos.
¿Su idea del ser humano ha cambiado con todo lo que ha visto?
Sí, ha cambiado, ha evolucionado. Cuando hacía las fotografías de las migraciones en África, trabajando en los campos de refugiados, tuve la certeza de que no había esperanza para el ser humano. Después, he cambiado. Empecé a trabajar en un proyecto medioambiental en Brasil que me ha devuelto una gran esperanza, la convicción de que es posible reconstruirse a partir de la educación, de la información. Hemos logrado cambiar una gran región que estaba totalmente destruida, muerta, con la tierra infértil y una erosión brutal. La gente necesita información, y cuando la tiene, la toma en consideración y es posible hacer cosas. No hay gente reaccionaria y gente de buena conciencia, hay gente más informada y gente menos informada.
Cuente ese proyecto.
Se trata del Instituto Tierra. Empezamos en 1990. No veníamos del movimiento ecologista, pero sí partíamos de la convicción de que existe una correlación entre la degradación humana y la degradación del planeta. Un día, de regreso a Brasil, mi padre nos comunicó que iba a vender la hacienda familiar y que yo tenía que comprarla. Yo nunca protesté a mi padre –un hombre estricto, que nunca contó una mentira, una persona entera– y no iba a protestarle entonces. Así que compramos la tierra. Una tierra que era fabulosa cuando yo era niño
–más de la mitad era entonces bosque tropical, con ríos y caimanes, un paraíso– y que cuando la compramos era un desastre ecológico. Todo estaba destruido. La región entera había pasado de un 60% de bosque a sólo el 3%. Todo fue destruido en nombre del desarrollo. Y entonces Lélia vino con la idea: ¿y si replantamos el bosque? Era un desafío, porque la finca es grande, unas 700 hectáreas. Consultamos con un ingeniero experto en bosque tropical y nos dijo que harían falta dos millones y medio de árboles. Hoy ya tenemos cerca de millón y medio plantados y a finales del año que viene alcanzaremos el objetivo.
Parece un milagro…
Hemos recreado el ecosistema. Ahora hay pájaros, monos, hasta un puma, y tenemos agua. Ha vuelto la vida. Disponemos del mayor vivero de plantas nativas del estado de Minas Gerais, producimos cada año 1,2 millones de plantas de más de 100 especies diferentes. A partir del año próximo vamos a trabajar con el Estado en la regeneración de parques nacionales. Y tenemos un centro de educación medioambiental sin igual, donde formamos a técnicos agrícolas, muchos de ellos hijos de propietarios rurales, y los transformamos en técnicos ambientales. Un proyecto fabuloso que ha sido posible gracias al Gobierno de Asturias, que nos financia desde hace muchos años y es nuestro principal socio en Europa.
La experiencia del Instituto Tierra en su Brasil natal insufló a Sebãstiao Salgado una nueva esperanza. Y le empujó a concebir una gran tarea: ir a la búsqueda de los últimos paraísos intactos en el planeta para mostrarlos al mundo y promover su protección. Es el proyecto Génesis, en el que el fotógrafo brasileño lleva trabajando desde el año 2005 y cuyos reportajes son publicados regularmente por el Magazine. Las islas Galápagos, los gorilas de montaña, las ballenas de la Patagonia, la Antártida, las tribus amazónicas de Brasil, los himba de Namibia, Bután, los dinkas de Sudán, el Okavango, los paisajes jurásicos de Venezuela, el mundo perdido de los joisán en Tanzania y Botsuana… forman parte de este particular catálogo de tesoros.
“Queríamos –cuenta él– hacer algo ligado al planeta, al medio ambiente. La primera idea que nos vino a la mente fue fotografiar lo que iba mal, la polución…, pero de esto hay ya muchas fotos. Ahora bien, resulta que casi la mitad del planeta, el 46%, está como en el día del Génesis, y hemos de procurar que se mantenga así. Y la única manera de que se mantenga así es hacer un amplio reportaje sobre estas zonas, mostrando a la gente que este es nuestro verdadero patrimonio. Alaska, la Antártida, los bosques de Siberia, de Brasil, las altas montañas, los grandes desiertos…, tenemos la obligación de protegerlos. Nuestra idea es hacer una gran exposición del proyecto Génesis en el 2012, difundir la información para contribuir a preservar estas zonas del planeta.”
¿Cómo?
Estamos pensando en hacer exposiciones en espacios públicos, como jardines. Hicimos un proyecto piloto hace tres o cuatro años en Asturias, en la plaza central de Oviedo, donde expusimos cien fotografías de gran tamaño, y funcionó muy bien. A partir del 2012 crearemos un sistema de exposiciones a través de todo el planeta, en espacios públicos, para que millones de personas lo vean. Estamos hablando con Wim Wenders para hacer una película de cine con las fotografías y estamos trabajando con el compositor norteamericano Jonathan Elias,
que está creando la música para Génesis. Podría aprovecharse el tiempo previo al inicio de un partido de fútbol, por ejemplo, para proyectar las imágenes en una pantalla gigante durante dos minutos… Pensamos en editar libros, que puedan ir a cada casa, a cada hogar, en el mundo. No sé. Es un material tan grande, tan rico, que ofrece muchas posibilidades para hacer cosas.
De todas las regiones del mundo que ha visitado para el proyecto Génesis, ¿cuál es la que más le ha impactado?
Es difícil de decir. ¡Hay lugares tan lindos, tan maravillosos! El año pasado hice un viaje fabuloso. Salí de la ciudad de Lalibela, en el norte de Etiopía, y me fui hasta Gondar. Organizamos una expedición, con 15 personas y 18 mulas, y fuimos a pie. Empleamos 55 días en atravesar la región caminando, hicimos más o menos 800 kilómetros a pie, a través de una región muy accidentada, con montañas muy altas –pasé tres veces a altitudes por encima de 4.200 metros–, sin carreteras, donde hay tribus que viven como en la época del Antiguo Testamento. Son comunidades cristianas de hace 2.000 años, comunidades judías de hace 2.500 años, los falashas. En realidad es una sociedad judeocristiana exactamente como la nuestra, y sus reacciones son exactamente como las nuestras. Fuimos muy bien recibidos. Fue un viaje maravilloso. Ha sido tal vez el viaje más fabuloso de toda mi vida. Pero en Alaska o en el Amazonas he tenido experiencias maravillosas.
¿Hay esperanza para la Tierra?
La hay. Hay una gran esperanza para la Tierra. El calentamiento ha hecho sonar la alarma, y la gente empieza a comprender que es necesario hacer algo. Y es posible hacerlo. Nuestro proyecto en Brasil lo prueba. Cuando plantamos nuestro primer árbol, el suelo estaba tan cansado, tan muerto, que yo creía que no iba a nacer absolutamente nada. Y nació, y creció. Hoy tenemos 1,5 millones de árboles, con insectos, pájaros, animalillos… Es como Barcelona, ¡hay tanta vida! Es posible hacer algo. Ahora bien, todos tenemos que participar. Si trabajamos todos en la misma dirección, tenemos recursos para conseguirlo. Para plantar 50 millones de árboles hacen falta 200 millones de dólares. Parece mucho, pero es lo que cuesta un cazabombardero moderno. El presupuesto militar de Estados Unidos, de 500.000 millones de dólares anuales, permitiría reconstruir el planeta. Dinero hay, tecnología hay, necesidad de actuar existe, entonces las condiciones están sobre la mesa.
Un fotógrafo comprometido
No hay un autor que represente con tanta claridad el espíritu de la fotografía clásica humanitaria como Sebastião Salgado. Desde que abandonó su trabajo en la Organización Internacional del Café para dedicarse plenamente a la fotografía, y muy especialmente desde la publicación en 1986 de su libro sobre el hambre en el Sahel, Salgado ha sido el fotógrafo emblemático del ser humano en su entorno y de la preservación de las diferentes formas de vida en el planeta. A la manera de las antiguas misiones fotográficas, Salgado ha construido el sentido de su trabajo en torno a grandes ejes temáticos: Trabajadores, sobre la explotación laboral de gran parte de la mano de obra del planeta; Éxodos, sobre el abandono del campo en dirección a las ciudades, los flujos migratorios y los refugiados, y finalmente Génesis, el proyecto que está produciendo en la actualidad sobre las comunidades primitivas, las grandes reservas naturales y las especies animales en riesgo de extinción, una serie que el Magazine publica íntegramente desde su inicio. Salgado ha sido en ocasiones atacado por la depurada estética con que representa situaciones dramáticas, una forma de descalificación que no tiene en cuenta que si sus fotos fueran más descuidadas, seguirían representando las mismas realidades, aunque menos eficazmente. Su compromiso se manifiesta también en la selección de los contextos adecuados para que sus proyectos incidan en las realidades que representa.
Miembro de la agencia Magnum entre 1979 y 1994, Salgado es embajador de buena voluntad de Unicef y premio Príncipe de Asturias de las Artes 1998.
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