El músico californiano Ben Harper reaparece con 'Lifeline', uno de los trabajos más tristes de su carrera
MANUEL CUÉLLAR - Madrid - 31/08/2007
Existe un tipo de persona que tiene tan mala memoria que necesita papel y lápiz compulsivamente y nada mejor que una Moleskine, el ferrari de las libretas. El músico californiano Ben Harper es uno de esos tipos. Su librillo es un santuario secreto que lleva consigo a todas partes. Ahora, descansa entre su vaso de agua, una grabadora y una cerveza sobre una mesa de cristal en la suite más cara de un céntrico hotel madrileño. A mitad de esta media hora, mediocre y frustrante que ofrece de entrevista, ha levantado de la mesa a ese amigo íntimo para escribir algo en él. La pregunta le cae en el minuto número 28 cuando sólo quedan dos para terminar. A nadie en su sano juicio se le hubiera ocurrido hacerla antes. Habría sido un fracaso seguro.
"Creo que un país democrático como EE UU no lo es tanto cuando sigue adelante sin el apoyo del pueblo", dice el músico
-¿Puede leerme las dos últimas frases que ha escrito en su cuaderno?
-Sólo le voy a leer la última y porque ha salido en la conversación. He escrito: "A broken promise is a broken dream" (una promesa rota es un sueño roto). Y además, si pones el dedo sobre la palabra is es mejor todavía: una promesa rota, un sueño roto.
Tal vez algún día ese verso forme parte de un disco. Y puede que sea pronto si se tiene en cuenta la celeridad con la que últimamente compone y graba. Acaba de salir a la venta su nuevo trabajo, Lifeline, el décimo de su carrera, y prácticamente no ha pasado ni un año de su última entrega: un disco doble titulado Both sides of the gun, con el que realizó una gira mundial que también le trajo a España.
Nada más terminar los extenuantes viajes y conciertos, el pasado noviembre se reunió en un estudio de París con su banda, The Inocent Criminals, y se despachó el disco enterito en una sola semana. Cuando se le sugiere que ésta es una de sus entregas más tristes, culpa a la ciudad de la luz de ello: "Puede que tenga que ver el magnetismo de la ciudad y el hecho de estar separado de casa. Es como la canción del disco que dice Fool for a lonesome train, dejar las cosas atrás, las verdades y las mentiras".
También puede que sea por el hecho de que el disco se fabricase con la banda como si fuera una familia y en el Studio Gang parisiense como se solía hacer hace años, analógicamente y con una mesa de 16 pistas.
O por las cosas que ve a su alrededor, lo que ocurre en un mundo loco que un surfero tatuado como él no entiende. Y al ponerle frente a ese Dios en el que dice creer y preguntarle dónde se ha metido con toda esta política internacional, se pone un tanto furioso y reconoce "no tener ni idea". "No es que haya perdido la fe, pero estoy convencido de que un país democrático como el nuestro no lo es tanto cuando sigue adelante sin el apoyo de su pueblo. Y esto no es una toma de postura política, sólo una forma de ver las cosas. Pero nos gobierna un lobo con piel de cordero", afirma Harper, que es en esta pregunta cuando recoge su libreta de la mesa y apunta esa frase sobre promesas y sueños rotos.
"Ensayamos los 11 temas del elepé durante las pruebas de grabación de la gira y al meternos en un estudio sin ordenadores ni softwares como Protools, corríamos un riesgo. Ahora todo suena igual, sin ningún fallo porque todo puede corregirse con Protools. En este disco está la grandeza de la inmediatez", afirma el músico. Tal vez por eso y por considerarlo continuista pueda resistirse al público mayoritario o "tal vez todo lo contrario", espeta el músico.
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